jueves, 28 de abril de 2011

Cerezo desflorado






Por eso.


Porque tiene tu pelo


el mismo tacto que el césped recién cortado,


porque me recuerda al bosque,


porque me recuerda a nosotros, a nuestro árbol


y al Paraíso, sí,


ese que Adán y Eva se cargaron.


Confiésalo, ¿probaste el fruto prohibido?


Yo, lo admito, le di un buen bocado.


Y ahora...


ahora me atraganto


con la semilla que me has sembrado.


Por eso.


Porque tienen tus ojos


la sabiduría del roble


milenario,


porque hueles a pan crujiente,


a fresas con azúcar, a almendras tostadas,


a chocolate amargo.


Por eso y por tantas otras cosas


he pecado.

sábado, 23 de abril de 2011

Besos obesos, todo un exceso.








Si no fuera porque es sábado,
te pediría a tientas un beso obeso,
de esos que asfixian y no matan,
-de los que engordan tanto, sí, de esos-.

Pero no queda otra que esperar
a que vuelvan tus ojos de caramelo,
que, como magnum almendrado,
se derriten en mi lengua
bramando arrepentimiento.

Besos inmorales e inmortales,
trufas de chocolate negro,
me empachan el corazón,
redondean más mi cuerpo,
y ya las dietas no sirven...
al garete se fue mi empeño.

-A grandes males, grandes remedios,-
suele decir mi madre
cuando surge un contratiempo
de difícil solución.

Como hoy es noche de ciegos,
házme el amor con ojos vendados,
que estando desnudos, sin miedo,
podremos abrazarnos despacio,
podrás morder los silencios

y podré sentir placer
sin necesidad de verlo.

A la luz de la luna brilla
la silueta sinuosa de los cuerpos.

domingo, 17 de abril de 2011

Caos viajero



Los preparativos de las vacaciones de Semana Santa siempre traen consigo una agotadora procesión, - nunca mejor dicho-, y ahora con la casa patas arriba ya no sé ni lo que escribo.

No exagero ni un poquito, esto es una auténtica locura, y ni domingo de ramos ni nada, domingo de locos, tal vez.

La jornada empieza como de costumbre, con mi madre persiguiéndonos a todos, plancha en mano, para que no quede arruga posible en prenda alguna. Y ahí está mi padre, que se ha olvidado de lavar sus calcetines, y como tiene mucho que hacer, me lanza una mirada elocuente, -clara invitación para que haga yo misma la colada-. Y cuando me dispongo a tender "la calcetinada" se me acerca corriendo la pequeña de la casa:

-Gemita, ¿has visto mis pantalones blancos?

-Hum, ¿tienes pantalones blancos?

-Que sí, tonta, los cortitos esos tan monos. ¿Dónde estarán?

-Y a mí que me cuentas! Pregúntaselo a mamá!!!


Y con los malhumores, me entran los calores. Me lanzo a la ducha, y una vez allí, me dispongo a enjabonarme y... no hay champú, no hay gel, no hay nada de nada. Así que me envuelvo a medias en la toalla, y grito por la escalera:

-Mamáa!! se puede saber quién ha atracado la bañera?

Y la respuesta esperada, que no se demora:

-Está ya todo metido en la maleta, hija mía.


Echando chispas por los ojos, me dispongo a la ardua tarea de escoger la ropa adecuada, pero el tiempo está como loco: un día diluvia y al siguiente te achicharras. Por tanto, la decisión está tomada, mi maleta tiene un poco de todo: jerseys y pantalones, bikinis y camisetas, faldas y vestidos, pañuelos y calcetines, sandalias, botas y toalla de la playa.


Y organizado el caos de la ropa, preparo un buen puñado de libretas y bolígrafos, por si acaso la inspiración se quiere venir de viaje. Tampoco puedo marcharme sin un par de libros, escogidos con tino y mucho ojo, una dosis de poesía modernista y una buena novela de Marsé.

Seguro que se me olvida algo.... Recapitulemos: ropa muy variada, libros, cuadernos, apuntes, aparatos electrónicos (y sus respectivos cargadores), lentillas y gafas...

Pues bien, todo listo. Por fin respiro.

Ahora solo queda rezar para que mañana papá juegue un poco al tetris en el maletero, y todos contentos. Posiblemente sea mi única hazaña religiosa durante esta Semana Santa...




sábado, 16 de abril de 2011

A tres centímetros



Los jueves no existen desde que te has ido.


Se han marchitado las flores

de mi vestido,

-aquel vestido transparente

de suave lino,

que acariciaron tus dedos

con sumo sigilo-.

Paladeo tus ojos avellana

en mi delirio,

siento tu aliento en la nuca,

aire tibio,

tus labios están muy cerca

y es un martirio

exhalar tu fuerza de vida

a tres centímetros.

Me detengo en tu sonrisa

de vidrio,

y me asombro de que aún

sigamos vivos.

Tanto amor congelado

tan imposible olvido,


y tantas noches soñando que sueñes conmigo.








viernes, 15 de abril de 2011

Diario de una provocación: adiós...





El andén está completamente vacío, y sin embargo, todavía siento tu mirada entristecida a través del cristal, una mirada nostálgica propia de una despedida. Una mirada serena.


-Todo ha terminado. (¿De verdad es el final?). Maldita locura, creo que empiezo a delirar.


Creo haberla besado en los labios en el último instante. Apenas un roce, un beso casto, inocente, balsámico y bondadoso, que era el ensayo de mucho, muchísimo más, pero que se ha quedado en deseo no formulado sin respuesta.


Nos hemos ido del Parnaso. Y no volveremos a pisarlo juntos, ya no. Probablemente, cada uno por su cuenta, nos sentaremos debajo del mismo árbol, cerraremos los ojos, escucharemos saxofones desafinados de fondo, pero no será igual, ni siquiera parecido.


No lloverán pétalos blancos sobre tu vestido, no aflorarán los versos con tanto sentimiento, no permanecerán nuestras cabezas juntas, muy juntas, frente con frente, nariz con nariz, y labios en suspenso, cautivos, lascivos. Difuntos, pero vivos, muy vivos porque solo los separan tres centímetros, y resulta un juego peligroso entreabrirlos, y que se escape un jadeo.


Deseo, puro deseo contenido...


Y aunque te parezca un imbécil, yo también he disfrutado acariciándote la nuca con los dedos, maravillado por la suavidad que se oculta detrás de tus largos cabellos de olor almizclado. Tampoco soy inmune ante el movimiento sinuoso de las curvas que se revuelven bajo el vestido verde, piernas torpes y rodillas traviesas, uñas mal pintadas en tus pies pequeños, manos cálidas sosteniendo un libro. No te lo he confesado nunca, pero cuando recitas, además de escuchar poesía, veo poesía. Miro tu rostro concentrado en la lectura, sigo las muecas graciosas de tus labios, tu frente gacha, tus pupilas saltarinas. Y trato de imaginar lo que dices pero me cuesta recordarlo, por eso a veces te pido que vuelvas a leerlo más despacio, y tu lengua ya bisbisea de nuevo los sonidos más dulces jamás inventados.


Y tocar el piano en tu espalda ha sido irrepetible, o apoyar mi mano indecisa en la curva redondeada de tu cadera (he estado a punto de poner "caldera"), cuando de repente te inclinas hacia mí, con los ojos feroces y muy sabios, reclinando tu adorada cabecita sobre mi pecho agitado. Y entonces te pregunto si seríamos felices juntos, y tu respuesta es sí, porque nos queremos aunque no podamos amarnos.


Tu incomprensible torbellino de pensamientos me recuerda al vuelo de los pájaros, y por eso, cuando me dices que necesitas ser libre, sé que atarte a mí sería una crueldad. Un verdadero asesinato.


Pese a todo, me gusta cuando ríes tontamente, cuando te asustas y armas un verdadero escándalo. Me gusta cuando haces como que estudias y me miras de reojo si no te estoy mirando. Me gusta confesarte que he venido aquí otras veces para recuperar los recuerdos que dejamos olvidados. Y me gustaría hacerte el amor para desmostrarte que te quiero, que mataría por haberte conocido hace seis años (aunque entonces todavía eras una niña, claro).


Pero todo aquello que nos regala la vida, poco a poco, nos lo va quitando.


Olvídame, y yo te prometo que cogeré la maleta y me iré lejos, durante un tiempo limitado, y a mi regreso, seremos dos viejos amigos que nunca se han besado.


Prométeme esa tontería, amor, porque mi corazón solo concibe el llanto. Aunque no te lo creas, soy muy pequeño a tu lado...

jueves, 14 de abril de 2011

Memorias de una diosa


Era una chica como las demás.

No era muy guapa, ni tampoco demasiado inteligente. Estudiaba una carrera, tenía buenos amigos y una adorable familia. Creía ser feliz.


Hasta que de repente, le llegó la primavera. Misteriosa e inexplicablemente, su corazón se deshizo del invierno perpetuo en el que vivía, y comenzaron a despertar sus pétalos, primero tímidamente, coloreando de carmín labios y mejillas; más tarde con cierta precipitación, de forma súbita, abrupta, apocalíptica. Sus ojos cristalinos adquirieron un brillo iridiscente, sus manos querían tocarlo todo, su piel necesitaba absorber los rayos de sol, en una extraña fotosíntesis.


El fuego del amor sacudía sus entrañas, y ella desconocía la fuerza inmensa con que las llamas intentaban devorarla. Era una chispa ondulante que atravesaba su cuerpo, que le hacía sensible a la risa y al llanto, que le transformaba.


Cuando él apareció, no fue consciente de sus miradas. Hasta que empezó a interpretar aquel lenguaje secreto que compartían, sin necesidad de palabras. Se encontraban por casualidad, o eso se empeñaban en creer, para sentirse menos débiles, menos arrastrados el uno en brazos del otro. El destino confabulaba a su favor. Apenas se conocían, pero querían conocerse más, aunque sabían que era disparatado. Estaban deseando cometer una locura y aquella era la excusa perfecta. Se enamoraron.


Y él le rogó un beso, que ella le negó. Luego se arrepintió, y ambos lloraron a solas, pensando en lo hermoso que hubiera sido. Trataron de no verse, y empezaron a buscarse a todas horas. Ella quería estar lejos de él, y él no concebía estar separado de ella. Sus ojos la recreaban, sus manos la rozaban, sus labios la profanaban.


Siguieron viéndose. Y empezaron a trazar su historia juntos componiendo un puzzle con sus propias palabras. Pero no fue suficiente, sus corazones estallaron y emprendieron la huída. Buscaron un lugar donde quererse y se quisieron mucho durante poco tiempo. Se miraban y creían distinguir, más allá de esas pupilas, un mundo paralelo.


Ella se sentía diosa cuando él la desgarraba con sus miradas. Quería aferrar su pelo, saltar precipitadamente sobre él, tirarlo al suelo, rodar mundanamente por la hierba, ser niños con cuerpo adulto, rozarle intencionadamente el cuello con los labios y descender por su pecho, frenar justo a tiempo y emitir un ronroneo. Ser despiadada a la hora de poner las reglas en el juego. Ser diosa con la mente y el cuerpo, con los gemidos y los versos. Ser exigente en el momento de obtener más placer con maliciosos ruegos. Ser valiente y audaz, ser codiciosa, ser egocéntrica, ser un todo, ser su único universo.


Y dormir abrazada a él, exhausta y mortal, para despertar de vez en cuando, besar sus párpados, y admirar a su esclavo, redimido, dormido, ya perdido. Sabía que cuando la volviese a mirar, el hechizo se habría roto. Ya no era una diosa sagrada, ya no era un tesoro prohibido.


Era una chica como las demás, que luchaba día tras día por conquistar el olvido.


miércoles, 13 de abril de 2011

Diario de una provocación: libertad sin tregua





Pequeño diablo azul de las gafas siempre-sucias, sonríe un poquito, así, pícaramente, pero sin pasarte, no vaya a ser que salga despedido el corazón y se quede en paro, laboral y cardíaco.


Ahora túmbate en nuestro lecho de hierba, en este rincón alejado de todo y de todos, mira el cielo y dime qué ves, traduce para mí los guiños de los ángeles y sedúceme intentando pronunciar un verso con dulzura inusitada, con esos labios tuyos de hoy sí quiero besarte pero no me atrevo, por miedo a corromper la imagen idílica de otro tiempo.




Y, fíjate lo que son las cosas, mi memoria me devuelve recuerdos que no existieron, salvo en mis palabras o en las tuyas, y apenas ya concibo que me dieras un beso. Supongo que soñé la suavidad de su tacto leve en un principio, su roce dubitativo entrecortado, sutil, aventurero. Y su huella húmeda, embriagada, perfilada de abandono, edulcorada con caramelos de miel y limón. Y tu caricia lenta en la nuca, tus dedos firmes en mi espalda trazando un sendero pecaminoso y atroz.




Quizás me he inventado esa figura perfecta que es la de nuestros cuerpos entrelazados contra un árbol en medio del silencio. Quizás jamás reúna el valor suficiente para comprobar que fue real, que lo que sentimos, aquel estallido irrefrenable de pasión inmortal, no fue un mero esperpento. No, no creo que lo fuera. Nunca supimos actuar bien, ni mentir bien, ni portarnos mal. Porque todo, absolutamente todo lo que hacemos está bien, porque intentar ser felices no es un pecado, y si lo es, el cielo estará completamente vacío.




Hoy la he visto a ella. Me ha bastado ver una simple foto para admirar su magnificencia. Tal vez porque no es como la imaginaba, y sin embargo, no podía ser de otra manera. Envidio su suerte, me introduzco en su piel y me convierto en la única, en la mujer a la que ya has consagrado tu vida. A la que no abandonarás por mí y me siento más tranquila. Y me gusta, me siento querida, pero al mismo tiempo, encarcelada, y sé a ciencia cierta que por mucho que te hubiera intentado hacer feliz coleccionando fantasía, no habría sido suficiente.




Tú, hubieras amado eternamente a un pájaro sin alas incapaz de remontar el vuelo. Y yo, habría terminado huyendo en busca de la libertad, lejos de todo lo que me ofrecía un futuro perfecto, a tu lado, haciéndome el amor y los deberes.


Quiero una vida caótica entre libros y letras. Adiós al amor y los placeres...




domingo, 10 de abril de 2011

Todo lo bello florece en primavera



Mevoyacallarmevoyacallarmevoyacallar. Y me encallo. Como un barco a la deriva que navega malherido, azotado por la tempestad, que da con sus huesos en un escarpado y mortífero acantilado. La tripulación cae por la borda: los marineros se ahogan y las sirenas los lloran. Pero yo no quiero llorar porque el llanto desborda, porque mis ojos enrojecen y parecen del barça: ojos azulgrana. Y todo menos eso, menos tener mirada futbolística, que nunca supe jugar, que prefería meter todos los goles en propia y mirar con desdén la portería contraria.


Quiero callarme y me caigo. Me caigo de la hamaca donde segundos antes estaba tumbada, achicharrada, con los muslos bailoteando despreocupados bajo el sol taciturno de abril. Que todavía no estamos en mayo y ya amenaza verano. Y yo febril en abril sin aguas mil. Eso es sufrir.


Pues bien, me caí -cosa rara-, y mientras mi hermana se retorcía de la risa, me dio por sonreír. Lo digo como si casi fuera un milagro. Como si la risa me estuviera prohibida por eso de que mi corazón está de luto. Serán las ganas de sobrevivir, o de sobresalir del agujero en que me pudro, en el que nos pudrimos todos, sin darnos ni cuenta, porque vivimos continuamente con los ojos entrecerrados.


Yo siempre tengo los ojos abiertos al mundo, y por eso vivo enamorada de él, aunque algunos días el sol se marche a hurtadillas y me deje a merced de la lluvia. Hoy luce resplandeciente y tibio, así que empleo mis horas perdiendo el tiempo como más me gusta: leyendo y garabateando en una libreta tonterías por doquier. Hasta el atardecer.


Me apetece cocinar y preparo un banquete. Me apetece viajar y compro un billete. Me apetece ser feliz, y lo soy. ¿Por qué pensar lo contrario? Me apetece oler las rosas que empiezan a florecer, y florecer yo a mi vez, junto a ellas, envuelta en rojos pétalos de terciopelo, protegida por una amenazadora corona de espinas, y que mis ojos, estambres altivos, adviertan: -se mira pero no se toca.


Quiero absorber hasta el último rayo de sol, ahora que el viento sopla en mi contra, y sentir el pelo libre agitándose como una bandera, mi bandera, que es la libertad. Soy libre pero no puedo evitar envidiar a los pájaros surcando el cielo a pesar del vendaval. Recuerdo que una vez me apodaron "golondrina". Me pregunto por qué será, -no creo que supiera que en los sueños soy capaz de volar, incluso de amar.


Mas no ahora, en este preciso momento, ahora más que nunca estoy anclada en el mundo real. Lo sé porque mi hermana se acerca a mi corriendo, con un gran globo azul en las manos, -de esos que flotan desafiando la gravedad, -y me alegro mucho de estar viva cuando, las dos a un mismo tiempo, lo liberamos de su acostumbrada cautividad. Y tras unos breves instantes de vacilación, el antojadizo globo remonta el cielo por encima de nuestras cabezas, y ambas lo seguimos con ojos soñadores hasta que roza las nubes y su azul se confunde con la inmensidad.

Qué hermoso final para esta historia. ¿No crees?


La vida nos regala una sola oportunidad.

viernes, 8 de abril de 2011

Diario de una provocación: escombro enamorado en el juego del ahorcado





Roto. Como un casco partido de una botella de vidrio. Así tengo yo el corazón: roto, torpe y herido. Sus gemidos lastimeros me atraviesan la garganta, y ya no es dulce contener sus alaridos, sus gritos fantasmagóricos de auxilio.


Me pide ayuda y no tengo cura, me pide calor y solo encuentro frío, mucho frío aquí dentro, aunque fuera la temperatura siga subiendo. Frío que muerde, con mordiscos diminutos pero asesinos. Frío de abril, frío.


Y avanzo a tientas en la oscuridad dándome de bruces con todas las esquinas. No tengo linterna: las pilas se gastaron y no las he vuelto a cambiar. Ni duracell ni nada.


Ahora me pregunto si merece la pena tanto sufrimiento por una tontería. Pero es que hoy, me lo ha dicho Jaramillo, y me lo he creído: eso de que el amor es el motor que mueve el universo, y que el amor es aquello que nos hace estar vivos.


Permíteme que dude, amiga mía, que dudar es principio de sabiduría, dijo un filósofo cuyo nombre no daré, a no ser por descarte. Y claro, no sé lo que me pierdo pero tengo un esbozo en mi cabeza, -mucho más que un boceto, siendo sincera, -y esa silueta borrosa amargamente inventada me causa tal obsesión que solo ansío tocarla y decir, "por fin, he llegado, estoy aquí".




También me da miedo conseguirla y no ser feliz. O ser feliz durante un tiempo, y perder los estribos ante esa "normalidad" del mundo que me pone esquizofrénica y me da ganas de gritar. La vida es mucho, mucho más. La vida no es tenerlo todo pensado, planeado, coloreado y más tarde pegado en un papel. Eso no sirve de nada. Lo que pasa es que el miedo a lo desconocido, al futuro sin resolver, para nuestros pies. A mí me da pánico, vértigo, pero cada día intento romper con el orden establecido, cometiendo un acto imprudente o alguna locura sin importancia, o simplemente viendo el mundo del revés.


Y prefiero no pensar que haré mañana o la semana que viene, para no tener la sensación de que las horas caducan, de que mi tiempo se agota, y que todo muere.


Creo que acabaré volviéndome loca si no lo estoy ya. Pero ni los psicólogos querrían tratarme Mañana comienza la cuenta atrás...










jueves, 7 de abril de 2011

Diario de una provocación: los jueves todo puede pasar





Si hubiera de elegir un sitio para morir sería en tu regazo, acurrucada como una niña asustada que añora su infancia, que busca sin remedio el cálido afecto maternal. Y no, no me importaría yacer eternamente en posición fetal contra tu pecho, escuchando nítidamente los latidos nobles de tu corazón, -no siempre tan tranquilos como te gustaría- y asomarme a tu sonrisa de vez en cuando. Temblar con besos inmorales e inmortales que me sellan la frente y dejan los labios en suspenso vacilando en el aire. Y pierdo la consciencia con tu simple aliento entremezclado con el humo gris del tabaco, y me desmayo sin hacer ruido no vaya a hacerte daño.


Sigo el recorrido de tus manos con la mente; tú mientras tanto, sigues acariciándome la espalda, -mi punto débil, ay!- y me siento acogida y me siento querida y me siento sentada sobre la hierba, sobre la misma tierra.


Ya no tengo miedo, ya no tengo sueño, ya no tengo hambre, ya no tengo pulso, pero sí fiebre,


-maldita sea-. Tengo tantas ganas de besarte que se me deshace el deseo entre las piernas.


Y así, a fuerza de negarme, de reinventarte y soñarte, me conformo con lo poco de tí que me queda antes de ir a acostarme, y mañana ya no será jueves. Menos mal que no es jueves, me alegro de que no sea jueves. -Adoro los jueves.


Y menuda rallada quedarme callada, que los gritos me atacan y necesito expulsarnos, o matarlos, o quemarlos con mis llamas. Pocas alternativas para una enamorada.


Viajas en tren y te equivocas de andén, viajo en metro y me salto las paradas. Te necesito tanto tanto como solo un tonto podría necesitar algo. Te quiero odiar y no sé insultarte: me faltan verbos, me faltan letras para retratarte, y me quedo corta si te digo que asfixiarte con mi boca es el único asesinato que se me cruza por la cabeza. Sería fácil, sería una muerte literaria y devastadora, -no como la de Romeo y Julieta, veneno y puñal, que poca originalidad, dónde se ha visto semejante tragicomedia.


Tú dejas de comer, yo no dejo de zampar; tú abres un libro, yo cierro mi ingenuidad.


Me apetece volver a nuestro rincón ideal, construir una casa, construir un hogar, y acogerte en mis brazos cuando llegues triste, y arrojarme a los tuyos cuando quiera llorar.


Y así, poco a poco, voy viviendo de sueños y sigo viva porque soy inmortal.


Como reflexión seria, ahora puedo aseverar, que si fracaso como escritora, siempre podré ser limpiadora de gafas profesional...

Tráfico sentimental



-Agárrate que vienen curvas-,

dice en la autopista papá

y tus manos trepando hacia arriba:

muslos, caderas, cintura...

-Ten cuidado, no te vayas a marear,

que ahora viene la cuesta

y empezamos a resoplar:

coge el volante seguro,

que el freno de mano nos empieza a fallar,

metemos la marcha, perdemos el rumbo,

y ni el GPS nos puede salvar.

Ya el peligro se respira a bocanadas

en el asiento de atrás,

-baja las ventanillas, por dios,

que se nos van a empañar...

Que hemos pasado de los 110

y nos encanta correr a máxima velocidad,

el carburo es suficiente

para muchos kilómetros más:

resulta impensable parar a repostar.

-No te detengas ahí, sigue un poquito,

traza bien el mapa de mi cuerpo

sin desviarte de la nacional.

-No des tantos rodeos,

evita con cuidado los baches

y no busques alternativas

para alargarlo aún más.

-Que ya el viaje se hace eterno,

y el motor está que arde,

humeante y a punto de estallar...

Ven, apaga las luces, vamos a descansar,

aparca el coche y no pierdas las llaves,

que aún nos queda tráfico y poesía:

el combustible perfecto para llegar.









martes, 5 de abril de 2011

Triple salto inmortal




Jamás pensé que pudiera saltar tan alto, ni llegar tan lejos, ni aferrarme a alguien con tanta fuerza por miedo a caer.

Confieso que siempre tuve pánico al tortazo. -Y no, no hablo en sentido figurado, ni mucho menos-. Durante esas interminables horas de educación física, martirizada por la tiránica, implacable, -y enana, para colmo-, profesora, me encontraba sometida a los equilibrismos más absurdos y expuesta al dulcísimo tortazo que remataba en mi culo, -aunque más de uno debió ser en la cabeza, sino no me explico tanto verso y tanta historieta...

Hoy ha sido un día de lo más insensato. Quizá porque me siento sucia después de haberme duchado tres veces, y es que los del Canal de Isabel II - que a ver quien se mete con ellos con semejante nombre pomposo, -me han cortado el agua a ratos, y cuando volvía, solo salía barro.

Y creédme, ducharse con agua amarillenta es como sumergir la cabeza en un pantano, qué asco.

Luego, para más inri, he ido al gimnasio, dispuesta a entablar conversación con los magníficos y poco intelectuales queridos pesos pesados, que no han leído un libro en su puta vida. -Y así les va, todo el santo día sudando...-. Bueno, pues eso, que he llegado y no estaba allí el entrenador argentino, con su risa fácil y su donjuanismo. Que se había lesionado, me han dicho. -Pues muy mal, chico, dejarte escayolar y todo, tener que quedarte varios meses en casa, y ahora, ¿quién me da conversación mientras "hago que corro la maratón"?

Mi consuelo es que su sustituto es joven, y está bueno... pero me ha tachado de su lista de posibles en el acto. No sé cómo ha pasado. Solo sé que ahí estaba yo, bajando de la bici con estilo inmejorable, lanzándole una mirada de ésas, -de las perversas que reservo para ocasiones especiales-, y de repente, catapum!!!

Me he caído estrepitosamente, y el culpable ha sido el cordón de mi zapatilla, que se había enredado -no sé cómo, ni por qué, ni cuándo-, en un pedal del estúpido aparato.

Por eso mismo me pregunto, volviendo al asunto del salto, cómo es posible que no me haya matado. Quizás porque el destino nos pone la zancadilla cuando menos nos lo esperamos.

Quizás porque la luna hoy tiene un resplandor mágico, quiero pensar en las cúpulas bulbosas del palacio de las mil y una noches, y soñar que volamos, en una alfombra atravesando el cielo estrellado, en nuestra búsqueda incansable de un Mundo Ideal.

Y si no existe, nos lo tendremos que inventar...



lunes, 4 de abril de 2011

Diario de una provocacion: la soledad, refugio del poeta -y del segundón-.





Puede que la soledad sea esto: sostenerle la mirada a una insípida botella de agua, camino de tu casa, en la línea cuatro del metro. O puede que esto otro: sentarse a escribir y ver tu mesa tan abarrotada de libros, papeles -y cualquier otra cosa, como caramelos adictivos, gafas de sol perdidas, caóticas libretas grandes y pequeñas; y más caramelos, montañas de ellos, infinidad de ellos, colados entre una multitud de carpetas.


Solo puedo decir sin miedo a equivocarme que la soledad es un desorden sentimental.


La soledad es acordarme de ese helado que me zampado sin remordimiento alguno mientras tu me tentabas entretanto con otros muchos trucos de trapecista de sueños, haciendo del simple envoltorio de un magnum temptation -o como coño se escriba esa marca pedante, burda imitación del latín-, un auténtico cofre del tesoro, con cerradura y todo.


Sí, he de admitir que ha sido indescriptiblemente bueno saborear el caramelo, miel de tus labios y mis desvelos, muy lejos ya del té con limón, que rugía en mi estómago haciéndose hueco, muy lejos también de las polillas grises que pugnaban por seguir sobreviviendo. Esta tarde me las he cargado -me apunto un tanto-, porque he estado un tiempo infinito tirada en la hierba, despreocupada y feliz, acompañada de los insectos más extraños, -y claro, ahora me pica horrores la espalda, que el contacto con la naturaleza hace estragos...


Ha sido romántico, ¿no crees? Leer unos versos interrumpida de vez en cuando por el zumbido impertinente de los moscardones, recostada en tu pierna, -harto incómoda, por cierto-, tratando de congelar con mis palabras un instante, en que me preguntabas: "¿se habrá cagado una paloma en mi camisa blanca?".


Y darme cuenta de que solo recito bien cuando me miras directamente a los ojos y sin pestañear, cuando intento salpicarte de pasión y siento trasparente el latir de tu corazón, mi respiración, bajo nuestro árbol en flor, por encima de toda ingenuidad.


El amor no es un pecado aunque te quiera desnudar. Claro que no. Ni tampoco decirte, -ahora sin pudor alguno-, que querría que me hicieses el amor, no ya como sonata, sino en un verdadero concierto, no ya con las palabras, sino con hechos, no ya con la mente, sino con el cuerpo...


Ay! Chitón! -podría haberme callado esto último pero entonces el chimichurri no sería picante en tu garganta, sino una perfecta impostura, mientras yo trato de rimar un poco, o simplemente de no saltarme de parada, incomprensiblemente, yendo de Gran Vía a Sol.


Ahora me falta una vocecilla que me recordase todos esos pequeños detalles de esta tarde bucólica, porque he aquí una cabeza loca que desprende confusión. En el fondo del fondo estoy ebria de felicidad, por haberte tenido y no tenerte para siempre, por saber que te tendré hasta que yo quiera o hasta que puedas tenerte en pie. Contigo mi mundo se tambalea peligrosamente. Sin ti mi vida es nadar a la deriva sabiendo que la barca está muy cerca y que en ella reside la salvación. Pero la mano amiga tiene espinas, y si no tienes cuidado te pinchas, porque besarla tiene el alto precio de la traición.


Yo tampoco creo que amar sea pecado si luego te arrepientes y se lo cuentas a Dios. Pero como él no me escucha -porque yo no le doy conversación-, tengo que teclear palabrería en mi ordenador, y luego esperar a que lo leas por la noche, -superada ya la prueba de mi presencia, de las dudas y el temor-, y sonrías para tí, con esa sonrisa chispeante por la que pagaría un millón de lo que sea, -ya sean dólares, euros o lágrimas, qué más da, la cifra no es importante-.


Te regalo libros que pagan cervezas, o helados, o empachos de cualquier dulce que provenga de tí, de tus abrazos plenos, que me reconfortan hasta un extremo insospechado.


Y no sé, creo que he hablado mucho, -se va quedado la comida fría-, pero no he contado nada valioso, o que merezca la pena escribir. Pero eso no importa demasiado, porque el mundo está lleno de poetas pésimos, y de otros muchos maravillosamente grandes -como ese espléndido Víctor Sierra que trocea sus versos y nos los mete entre ceja y ceja-.


Y en medio de ellos, estoy yo, que ni Pinto ni Valdemoro pero ahí voy.


A veces me pregunto cuántos te quieros y te odios caben en la misma frase. -Todavía no he dado por legímitima ninguna conclusión-.

domingo, 3 de abril de 2011

Diario de una provocación: vértigo







Entonces sus labios me rozaron, y con ellos, vinieron las turbulencias.


Las turbulencias, los mareos y el vértigo. Pero no un vértigo cualquiera, ni mucho menos. No era el tipo de vértigo que uno siente cuando el avión despega, ni cuando viene un terremoto y hace temblar el suelo bajo los pies, no. No era esa clase de vértigo que empuja a la náusea, a la debilidad, la palidez, -amarillento testimonio de la desesperación-.


Era más bien una especie de vértigo orgásmico, suerte de ebriedad desconocida, tan placentera que te lleva a temblar incontrolablemente, a contener un sollozo y quizás un desmayo, a gritar


o reír, o ambas cosas al mismo tiempo. -Menudo panorama-.




Entonces sus labios me rozaron y quise morderlos, con el ahínco con que se muerden las fresas hubiera capturado su lengua, para después pedir un alto precio por el rescate. Me habría lanzado a desabrocharle la camisa sin pararme a pensar en los botones, hubiera trazado un sendero de amargura en su pecho desoyendo sus jadeos, y juro que la culpabilidad no tendría cabida en mi mente ni en mi corazón...




...Ven, amor mío, vamos a suicidarnos esta noche. Mañana escucharé la sentencia y morirá la ilusión. Hoy no deseo estar sola. Necesito beber en tu llanto y embeberme de falso amor...




Diario de una provocación: Caperucita y el violador




Por mucho que lo imagines,

nunca será lo mismo

el mundo con ojos de loco,

tener urracas en el coco,

y polillas en el corazón,

que ser un aburrido cuerdo

con el futuro previsto

y la poesía dormida, en un cajón.


Y mira tú que tontería:

-ahora me siento caperucita

en manos de lobo feroz,

que se burla de mi inocencia,

mostrando ya sus encías

de inútil depredador.

-Te comería enterita,

aunque no seas de azúcar

sino de miel y limón-;


la capucha de la abuelita

se volvería tan roja

como la menstruación,

y la niñita inocente

moriría en manos del lobo

-compinche del cazador-,

que pretendía violarla

sin ninguna compasión.


"Caperucita estúpida,

lobo astuto, adinerado cazador,

la violencia de los cuentos

no ha muerto todavía,

aunque algunos días

se disfrace de ficción. "












viernes, 1 de abril de 2011

Conversaciones de borrachos

Tanto sueño y tanta ilusión

a punto de reventar,

-así, cualquier conversación

estaya en la barra del bar:


-Te quiero.

-¿Qué??

-Lo que oyes: quiero té, Mariano.

-Ah, pensaba...

-No, no pienses. Es todo ficcional. Incluso el té con limón.

-Chico, la vida es jauja y tías buenas.

-Eso creía yo, cabrón.

-Vete a llorarle al cura, cierrabares tontaina.

-Mejor bebo cerveza y pienso en ella.

-Marica, marica, maricón...

-Calla, Mariano, calla. Si me concentro, escucho su voz.

Salsa, gourmet para dos.



Ahora da lo mismo decir:

solo sal, que sal solo,

por eso de que los acentos...


-Que salgas-, digo,

sal sabiendo que el azúcar

puede ser adictivo.

Salsa quiero bailar,

con tu cuerpo

y derramar salsa,

en tu oído.


-Pues bien, sal de mi vida,

sin resumir te lo pido,

que te vayas,

que te quedes,

que comas y sueñes

o que vivas

conmigo.