primero encendimos un fuego y nuestras voces se volvieron tibias
luego invocamos el futuro y abrazamos los troncos que ardían levemente en la penumbra
pasaron las horas no pasaron el tiempo era un ser diminuto aferrado a la cornisa
y los días de ayer se convirtieron en lo que eran recuerdos rotos
un calcetín con agujeros sobre la chimenea mientras duran las navidades
la desposesión vibrátil el pulso firme de los dieciséis cuando escribía
la primera carta de amor o lo que es lo mismo la primera sentencia de muerte
casi diciembre entre los dedos de los pies y alguna que otra penitencia
el pelo nunca del todo liso ni rizado -nunca más pelo sino criatura tristísima-
los ojos a veces pienso que estos ojos de capitán de barco no son consecuentes
ni siquiera humanos nada tienen de particular excepto su rabia de atardecer
después del fuego no nos dijismos una sola palabra comprensible
apareció en nuestras bocas una lengua de sueños secretamente ovalada
escuchamos con las vísceras el crepitar mutuo la dicha del desenlace
ha cesado de pronto la hermosura es así siempre
inacabable ausencia hay rostros que nunca podré esculpir.