lunes, 23 de junio de 2014

sonata del silencio a gritos

  Mi corazón es un ánfora que cae y que se parte.
Mi amarte es una catedral de silencios escogidos...
(Fernando Pessoa)
   lo sé:
 tu manera de latir es controlada.

 pareces tan firme y tan solo.
           tu mano posada en la barbilla
    o  tu mano empuñando un boli
             o tu mano que no es siempre la misma mano
          pero que es tuya
                           y por eso la echo tanto de menos.

   has de saber (si aún no lo sabes)
      que me doblo en dos antes de escribir un verso
            y detengo el flujo de palabras
     porque están vacías de contenido
                   porque ya no laten como de costumbre.

                    luego
       leo tus frases atropelladamente
                y todo   absolutamente todo
                                    me sabe a precipicio.

                            no tengo fuerzas para el llanto
                no tengo ojos para la victoria
                       desde que olvidé la palabra triunfo
                o la palabra enero o la palabra humedad.

                   comprendo que poseer es insignificante
              hasta que llega el instante de la pérdida
       y aúllo interminablemente por si la luna
                    por si tus ojos  
 o por si de repente
         un coche verde y viejo se detiene en la curva
                            y tú estás dentro hablando conmigo.

      permanezco horas mirándonos
         hipnotizada ante mi propia ternura.

                -es tan hermoso-.
                                       
                               ojalá me besases.
                   (a mí
            a la mujer real que llora en la ventana
                  y no al fantasma que te abraza en el coche).


           



domingo, 22 de junio de 2014

«Cuando a la orilla de tu ser me asomo», partitura para “Mañanas escogidas” de Víctor Sierra Matute




Suena una música como un eco apenas perceptible, pero no por ello menos hermoso. El corazón se templa. Es entonces cuando llega el momento idóneo para abrir de par en par las ventanas de tu casa, para que entre de lleno toda la luz de un nuevo día. Esos primeros rayos de sol de la mañana, cegadores, vitales y asombrosos, tienen la misma textura que los versos de Víctor Sierra Matute.
Mañanas escogidas se nos aparece de pronto, deslumbrante en su sencillez y chiquito en su edición, elaborado a modo de cuaderno de artista gracias a Ártese quien pueda ediciones. Pero no nos fiemos de las apariencias, porque este libro contiene en su interior sonetos de un virtuosismo atroz, atentos al ritmo y a la rima, a la que cada vez está más desacostumbrado el lector de poesía actual. Sin embargo, hasta el más terco versolibrista habrá de reconocer la belleza de las liras con las que da comienzo este cuaderno, y en las que el poeta no vacila un solo instante en recuperar ese gran poema amoroso que es el Cántico espiritual de san Juan de la Cruz, y que deja entrever en endecasílabos como: “transforma al amador en cosa amada” o “de polvo de tu cuerpo me has herido”. A este polvo, que es motivo constante en el poema, no ha de restársele importancia, ya que es un abierto homenaje a otro de los grandes: Francisco de Quevedo. Así, no podemos leer estos versos finales de Víctor: “De polvo como yo, pero de polvo” sin recordar estos otros: “Polvo serán, mas polvo enamorado*”.
Normalmente, los poetas escogen la noche y su misterio para volcarse en la creación y sus precipicios. No es este el caso de Mañanas escogidas, donde la luz es clara protagonista y, con ella, la vida, la esperanza, el amor. El poeta se derrama en el papel para evocarla a Ella, que con su intenso reflejo, todo lo enciende y lo trastoca: “Yo quiero ser la luz desenfocada/ que duerme en tu pupila algunas veces.”; “Hoy vas nombrando el día con los ojos/ y todo lo que tiene es todo tuyo”; “Tú ajena a todas estas pequeñeces/ me miras y sonríes y amaneces”.
Otro de los secretos (necesito desvelarlo, lo siento) que contribuye a crear estos poemas dignos de un maestro orfebre, es sin duda la adopción de una estructura circular, cíclica, que recuerda a los mejores poemas de Jorge Luis Borges tales como “Arte poética” o “El poema de los dones”. El poeta, inmóvil frente a su propia obra, interrogándola en medio del sueño, en una búsqueda de respuestas que ralla lo imposible: “¿En qué destinos circulares/ quedaron atrapados nuestros pocos/ universos de miel y de chatarra/ goteante?...
Y es que la respuesta, si existe, sólo puede estar en la comunión de una piel con otra piel, que se alza como una sola bandera y no sólo construye al poema, sino que hace del poema un lugar habitable: “¿estamos o quizá ya hemos estado/ tan juntos que mi lado es ya tu lado/ pues tienen los dos cuerpos mismo centro?”; “La carne fue misión y estuvo viva/ cuando tuvo a su lado esa otra carne”. El propio autor me confesó, durante un inolvidable paseo en el que contemplamos desde las alturas la belleza de los tejados madrileños, que le gustaba pensar que sus poemas podían suceder dentro de esas casas, en todos esos hogares. Y ahora yo puedo decirle, con su libro en una mano y el corazón en la otra, que sus palabras son un buen lugar donde sentarse a vivir, donde permanecer y hacerse grande.
            Cierro estas líneas con una deliciosa estrofa del Cántico espiritual, para que podáis capturarla y abrazarla, tal y como hizo en su día Víctor:

De flores y esmeraldas
en las frescas mañanas escogidas,
haremos las guirnaldas,
en tu amor florecidas,
y en un cabello mío entretejidas.





*Del soneto de Quevedo “Amor constante más allá de la muerte”.

 

sábado, 21 de junio de 2014

eco matutino

de polvo de tu cuerpo me has herido.
(Víctor Sierra Matute)

mi cuerpo
sin tu cuerpo
como una cama de hotel
casi deshecha
en la que nunca
 nadie
quiso hacer el amor




domingo, 15 de junio de 2014

poemas en la trinchera



  no tembló mi pulso al disparar.

después
no hubo después sino angustia.

* * *

nos atrincheramos detrás del poema
hasta la pólvora
hasta el desgarramiento.

 * * *

mientras duró la guerra
tuve pesadillas contigo.

no sabes cómo duele tanta paz.

* * *

no tengo miembros con los que acariciarte.

qué suave eres aquí
en mis pensamientos.

* * *

morir solo
en tierra de nadie.

qué fácil.

 


miércoles, 11 de junio de 2014

«Lo real empieza en la palabra», un vuelo de pájaro sobre “La fábrica de hielo” de Silvia Nieva



Hay que leer a los clásicos; hay que aprender de los clásicos. Pero no sólo.

Vivo rodeada de personas que escriben y, lo que es más importante, personas que recitan en lugares públicos los delirios que otros guardan en un cajón. Y eso es imprescindible: hacer poesía real, poesía que salga a la calle y se cuele por todos los rincones, poesía para despertar, para no vivir en un limbo literario que no existe ni existirá nunca.
La poesía de Silvia Nieva es un fenómeno meteorológico inexplicable, de una naturalidad que hace cosquillas en cada poro, en cada centímetro de la piel. Y escucharla resulta un ejercicio de autocontrol que consiste en no ceder al tambaleo, al peso que tienen sus palabras bien escogidas, sabiamente domadas, pero siempre desde una mirada humilde, la de la poeta que se hace al escribir, que si se atreve a construir es porque antes se ha aclarado la voz y ahora está preparada para el grito:

Mientras, yo,
que existo para dar sentido a las palabras,
que soy solo una imagen de lo arbitrario de su signo,
entiendo hoy que ellas fueron antes,
y declaro,
que la poesía ocurre
e inventa a los poetas(pág. 19)

En “La fábrica de hielo” podemos advertir que Silvia posee conciencia del lenguaje, tanto en versos donde se pone de relieve la arbitrariedad del signo, el vacío inevitable de la letra: “Puedo decir gafas, llámame, bastón y pelo. /Puedo decir que no puedo./ Y diré sólo palabras”, como en otros en los que muestra que el único dueño del lenguaje es el hablante, que tiene en sus manos el poder (a veces el dolor) de crear, dar vida y sostener las cosas que nos rodean: “Esparadrapo. /Mi abuela lo llama espadatrapo. / Mujeres que inventan palabras el mundo y las palabras, /para evitar que otros escriban los diccionarios”.
El frío está muy presente a lo largo de todo el poemario. Es un frío que proviene de dentro, inherente a la existencia y los obstáculos que se hallan en el camino. Así, la poeta estalla en fragmentos desordenados de sí misma, de modo que es ella, y no otra, quien tiene el poder para elevarse o hundirse, para volverse invisible o trascender: “Soy la absurda heroína de mi drama cotidiano;” “Soy la socorrista de mi derrota”; “Soy la arena de mi propio fango”. Pese a las dosis de hielo que flotan en las páginas como diminutos icebergs, creo que la clave del libro se encuentra en un verso que reza de la siguiente manera: “Será que hay que vivir”. Esta rotunda defensa de la vida es aquello que mueve el corazón del lector que, al reconocerse en las palabras de la poeta, vuelve a ellas una y otra vez, de modo que las hace suyas y de toda una colectividad; versos, en definitiva, que luchan por hacerse universales.
Y esto no es todo, ni mucho menos. En la poesía de Silvia anida el sobresalto, la magia, lo que no es posible prever y, sin embargo, sucede: “No quiero jugar a las piedras, la tiza, las piedras, /el salto, y las piedras./ Porque si salto no toco suelo/ y volar es otra cosa”. Aquí está la libertad de la escritora, sus alas enormes, que vuelan por encima del resto aun a pesar de las inclemencias: “No quiero el instante rápido de lo público, / el esconder de la batalla. No quiero que saber leer nos obligue a leer.” La palabra conformidad no tiene lugar en su diccionario, y ella lo sabe. Esta fábrica necesita alimentarse de un combustible especial, que sigue su ritmo propio: “Pido ser lenta,/ que me dé tiempo a hacer el mundo”,y ante todo, tiene clara su labor, que no es otra que la de poner sobre el papel lo real, que empieza y termina en la palabra, en la de Silvia y en la de todos los que creemos en el poder de la escritura: “Sé construir,/ puedo morirme hoy. He terminado”.
Al sol, el hielo tarda poco en derretirse; no así sus palabras, cálidas e inmortales.

sábado, 7 de junio de 2014

nauseabunda




          digo mugre

     la tersa capa de mugre rodea mi tímpano
             y me desvela.

                 yo no tengo manos para el Amor.

        mis labios de maltrato y plegarias hasta cuándo...

                                                                      dime
                    si de pronto mis lágrimas te arañan

                           dime
                            cuántas placas de hielo he de chupar

                                           dime
                           dónde pongo mi silencio de víbora verdusca

                            dime
                    no dejes de decirme por si el frío y los relojes.

                                 
           quién dijo mujer muda.

                                     quién dijo mujer rota.

                 pero quién va a quererme así.





jueves, 5 de junio de 2014

inventario de metamorfosis nocturnas



           ronroneo casi en sueños y me invento
   un eco de pisadas y de abrazos sonrisa mientras beso
               un labio superior que es ya mi labio
         y su fragor     la calma sin tropiezos.

             te aproximas serpiente.
   tu roce de alas es tan sutil tan primigenio.

                      te ciernes caballo y me encabritas los síes.
              aullamos hacia abajo hacia fuera hacia de-
    trás los versos se cogen de la mano,

                    ¿y quién nos dijo miedo?

         recorridos nocturnos y bichitos nocturnos
   atropellan mis ojos y me embriago
             con la ternura de los aspersores.

                    aprietas mi cintura por si el frío
      y la sed de otra boca me remonta a la infancia
            ese dulce remanso de falda de tablas
     de multiplicar y dividir con decimales.

                me reflejo en tu rostro de niño perdido
                         y me apoyo en tu pecho para oír los disturbios
 de esta rara pasión    de esta ronca lectura.


                                                                                          .G