jueves, 27 de febrero de 2014

Nosotras: el deseo y la palabra

No oigo los sonidos orgasmales de ciertas palabras preciosas -dices, en un susurro, y yo me pliego hacia dentro, poseída por un deseo furioso y sangriento, un deseo que nada tiene que ver con Sade, un deseo que estaba en mí mucho tiempo antes de leer a Nabokov.
El deseo. La palabra deseo no me pertenece, no puedo nombrarla. No sé nombrarla. 
Qué inútil eso que llaman éxtasis, eso que llaman clímax, eso que se conoce como el paraíso. Pero el paraíso por qué, si somos sólo piel, uñas, costras. El paraíso, la más nítida de las distopías posibles. 
Un incendio. Un incendio convocado en cada una de las líneas, un incendio que todo lo arrase y me arrastre a mí con él. Que me ate fuertemente a la tierra, al barro, a la vida.
Qué fuimos sino cenizas, Alejandra. Yo tampoco oigo los sonidos orgasmales. No. Yo no voy a fingirlos. A decir: esto es mi cuerpo y esa es la tinta y, el resto, un torrente que puedes llamar deseo o pálpito o soledad bordada o pura incertidumbre. Yo querría haber hablado entonces con tu voz para que ahora fueras tú (vos, vos) quien gritase con la mía. La última inocencia. O la penúltima.
Quien diga que somos inocentes miente. Quien diga que somos malvadas miente. Quien diga cualquier cosa sobre nosotras miente, porque yo no soy esa ni soy ninguna ni soy yo misma.
Este es nuestro secreto. Voy hacia ti con hambre de palabra.




lunes, 24 de febrero de 2014

«Un deseo de aquí. Una memoria de allá », impresión literaria sobre "La misma hora todo el tiempo" de Diego Lebedinsky



Dicen que la portada no es vital en un libro. Ejem. Pues yo tengo una objeción. Creo que eso solamente pueden decirlo aquellos que no sienten una devoción real por el objeto encuadernado que tienen en sus manos a la hora de la lectura.
Un corazón que pende de un hilo ante el rostro desamparado de un títere con apariencia de hombre: esta es la imagen que acompaña al título, ese título tan hondo que revela su disfraz de verso, que enseguida encontraremos en el interior. El creador frente a la hoja se está mirando a sí mismo, como en un espejo, y susurra en un murmullo la soledad/ es muy parecida a esta hora. Acá está un elemento clave, una pieza esencial en este libro mágico: la palabra escrita es un refugio para el poeta, que establece una batalla cuerpo a cuerpo con el lenguaje, lo invoca y deja que fluya libremente sobre el papel. Pero, ¿acaso esto silencia el resto de las cosas? ¿Acaso la mente y el recuerdo enmudecen ante los versos? No. Absolutamente no.
El cuerpo del domador se dobla en dos, sufre, y entre convulsiones logra articular: Hice mi cuerpo/ de búsquedas difíciles/ de soledad/ de hartazgo. (…) Hice mi cuerpo/ de muerte venidera. Las palabras maltratan a este ser que es un dios en cuanto creador, pero que, sobre todo, sigue siendo un hombre, un ser humano. Las palabras le hacen llorar hacia dentro, tratar de ponerle voz al imaginario cotidiano, en una búsqueda diaria de algo que está más allá, difícil de expresar, imposible de contener. Así, versos tan sencillos como estos hacen palpable la herida, la desgarradura ante los objetos, las cosas: el cielo en posición fetal/ apretado / sobre las ventanas. ; La tarde/ descosida en el calendario o una violenta dentellada/ de flores/ desabrochadas en la lluvia (…) La duda/ se alimenta de agujeros o el día/ tiene la arquitectura /de una hamaca cotidiana. Las muestras, como se puede ver, son infinitas. Hay que trasladar esto al mundo, y eso es algo que solo se puede hacer con la lectura.
El ejercicio (impuesto y no) del silencio es otro de los dones de este poemario. La imposibilidad de decir que aullaba Alejandra Pizarnik late en muchos de los versos de Diego Lebedinsky: Todo parece feliz/ pero no es verdad. Aquí nacen los minutos de silencio; El silencio se abalanza/ sobre todo lo que existe; En el silencio retumban/ las palabras no alcanzadas/ piden tormentas/ ennegrecen/ cualquier horizonte.
Recupera, con maestría, elementos ya empleados por la gran poeta: aquí vuelven la noche, el jardín, las voces, la ofrenda, las sombras: la noche/ no solo es más oscura/ que el día; Voy a deambular sobre la noche/ con mis manos. No falta, tampoco, el juego con la paradoja, los hilos de incertidumbre, que empujan a un murmullo, apenas un balbuceo (contundente, eso sí) al final del poema: me siento a ver/ lo que no será.

Y, en fin, ¿cómo describir a mi vez con palabras la impresión que desprende este libro deslumbrante? Hoy mi corazón/ es de un donante, nos dice el poeta, ya totalmente despojado de sí. El mío tiembla desbocado ante tanta letra viva y tanta literatura. Ante algo tan tan humano. 

Lean La misma hora todo el tiempo. Hagan el favor.


sábado, 1 de febrero de 2014

morfemas derivativos


esto es así
          mi voz carencia

    crueldad a buen seguro y amargura
           (que no sabor amargo)

         chillido
     andanza seriedad alegría
                 capricho y tristumbre
              se turnan en los ojos cada tanto

             librera trapecista
      inventora carcelaria y muy leal
                     al sueño de los hombres

             barbudos muchachotes
        tipejos de tortazo
              tontuelos tan ardientes
           
                     aprendo tus sufijos
             deliberadamente

                      y escupo sin rabia
                            mi don gramatical.