domingo, 30 de marzo de 2014

Elle est une autre



no
no    No.

la palabra no ha llamado esta noche a mi puerta.
                            He sido yo quien ha rasgado la cortina
    como un niño jugando a esconderse
           o un gato o un pistolero o un Loco.

                             y ahora
                     ahora que estamos juntas y homicidas
     nos lamemos la cara de crema hidratante y el dolor es mutuo
              apenas perceptible
    pero necesario.
                                                   Ella es mi lado más cruel
                      mi ración   mi oración     mi torpe  exilio

         Ella eres tú cuando dices de pronto
    que la belleza solo es posible en el papel

                            y yo me encojo y me hago trazo
                 perpetua  inasible  y por fin
                                                     mortalmente tuya.  




viernes, 14 de marzo de 2014

rezo por vos

Qué bonita eres, Madrid,
desde todas tus distancias.
(Alberto Rivas)

A Maxi
A mi segunda patria, Argentina

te intuyo a mi lado tocando la guitarra.

                                               digo que te intuyo porque no sé si sos real.
            
     vos que caminaste tantas ciudades como esta

                                       vos que estás de vuelta pero no para siempre

                   vos que siempre estás yéndote  partiendo  compartiendo.


               tu marcha es inherente a nuestras vidas

                         igual que los árboles del retiro    las oleadas de chinos en sol

                   la plaza de mayo en cualquier otro mes de primavera.

                                  
                                        maxi    yo no voy a extrañarte
            
                       no voy a ponerte en la lista de cosas que extraño de argentina

                                     porque vos viajás dentro de mí a cada rato

                     

               porque aquí está tu sitio        tu mate a punto          tu sed de libertad.



                                            

                   


martes, 11 de marzo de 2014

viva


para no pronunciar la palabra amor
           me miré a los ojos 
                       estos ojos
      y grité con todas mis voces
  la palabra valiente.




domingo, 9 de marzo de 2014

Catálogo del dolor


I

Aullidos de dolor en una cama extraña. Aquel dolor voraz: dolor comiéndome por dentro con grandes dentelladas. Yo no sabía cómo pararlo. No sabía si quería pararlo. En apenas unas horas yo tomaría las riendas de mi vida y partiría a un exilio obligado, íntegro. Tú no ibas a acompañarme. 
Las últimas horas iban cayendo pesadamente sobre mi estómago. Me ardía el reloj en la muñeca, en las sienes. La cocina, juegos de cartas, llanto silencioso. Por fin solos en lo oscuro. Quédate a dormir conmigo, por favor. La súplica, los ojos temblequantes. La ropa y el olor. Líquidos. Llanto estremecido. Hipo. 
Ausencia. Todo ausencia.
Despertar gélido. Yo supe del tiempo agotado entonces. Tantas palabras se me quedaron por decir. Te busco. Estás viendo un documental sobre animales, muy concentrado, con el volumen al mínimo. Tu hermano duerme en la cama de al lado. Me callo por instinto. El motor del coche me adormece. Suena Charly de fondo. Junto a tu cama he dejado colgados los elefantes. Sé que cada vez que los oigas me recordarás. 
La espera. El autobús que no termina de llegar nunca y el abrazo roto, desmantelado, el abrazo de los que ya no se saben querer. Ahí llega. No me enseñaron a despedirme de alguien para siempre. Así que no sé. Me dejo llevar, busco tus labios con los míos. No están. No hay nada. 4 de enero de 2013.

Mi asiento está en el otro lado del autobús. Duermo sin tener sueños. Nunca más tus ojos verdes.


II

Aullidos de dolor en un portal familiar. Número 76. La noche es fría aunque otros digan lo contrario. Domingo. Me entretengo mirando los letreros de la frutería. Está barato el kilo de patatas, baratos los plátanos y las lechugas. Me sé muy lechuga verde y arrugadita. No tiemblo por fuera sino por dentro. Un libro me arde entre las manos, un libro que ya no es mío, ahora es solo papel impreso y regueros de tinta. 
La puerta se abre y apareces tú. Ay. Me clavas las pupilas seriamente. No recuerdo qué dije o qué hice. Tal vez te di el abrazo que pensé, tal vez no. Eras hielo. Tengo algo malo que decirte, pero seguro que ya te lo imaginas. No, no, negación mental. Dime. He vuelto con ella. 
Una reacción corporal. Furia de buzo ciego nerudiana. Dolor inmenso, punzante. Grito desgarrador y lágrimas, ganas de correr o de dejarse pisotear. Caída. Suelo frío. Balbuceantes porqués sin respuesta. Miedo, mucho miedo de mí misma. Podría hacer casi cualquier cosa.
Te quiero. He venido para decirte que te quiero. 
Te acompaño hasta la parada del autobús. No fue lo suficientemente grande. Era feliz al despertar por la mañana, pero lloraba todas las noches. Sonrío amargamente al recordar una escena similar.
Sé feliz.

Un viaje de apenas media hora. Cerrar los ojos. 22 de diciembre de 2013. Desde la ventanilla me miran otros ojos, igualmente azules.

III

Aullidos de dolor traducidos en letra. Un dolor necesario, consolador, salvaje. Un dolor café me mantiene despierta. Un no poder visualizar tus ojos marrones. Maltrátame, criatura. 
Esta despedida que no se acaba nunca es la más cruel de todas. Sí.
Recibo tu silencio en silencio. Reverbera como un grito de locos. Estoy loca. Deseo un silencio que no tenga tu piel ni te anuncie con fiebres. Dime: por qué te desnudo cada noche y beso cada pedazo del alma. Por qué me desnudo cada noche y araño cada resquicio de nosotros. 
Quiero que me salgan canas. Quiero tener arrugas. Quiero el dolor físico, un dolor que me haga gemir como una puta o como una escritora frustrada.

No dices. No puedes salvarme.

Morir no tiene fecha: es hoy y mañana y pasado mañana. 


viernes, 7 de marzo de 2014

Qué hacer con tu vida después de leer "Los pistoleros del eclipse" de Munir Hachemi


Querido diario:

Ayer releí la novela de Munir, Los pistoleros del eclipse, esa en la que tanto pistoleros como eclipses brillan por su ausencia. Eso no debiera extrañarnos, porque el autor, archiconocido por su fama de cuentista, no va a ser más facilón en este relato largo o novela corta. ¿No te he leído nada suyo? ¿En serio? Pues para que te hagas una idea: los cuentos de Munir son un mejunje de mentirijillas del tamaño de las obras completas de Borges y verdades disfrazadas de sueño. Se nota que Munir escribe pese a Bolaño. Ahora sí, sigo con lo que te estaba contando. Durante la segunda lectura de la obrita en cuestión (todo lo que escribe este sujeto es necesario leerlo como mínimo, un par de veces, al igual que las ficciones del argentino ciego antes mencionado) he sentido cosas por dentro que la primera vez no pude reconocer. Supongo que influyó el hecho de que estaba en una granja de camellos y alpacas en medio de la campiña francesa, o lo que es lo mismo, en un agujerito del vientre redondo del mundo.
Perdona mis digresiones, diario, ya sabes que siempre hablo más de la cuenta (y digo esto mientras sostengo el gajo de una naranja a escasos centímetros de mi boca). Creo que una de las claves de la obra es la advertencia que Munir (o el negro de Munir) hace al lector: “Todo parecido con la coincidencia es mera realidad”. Y sé que el autor nos está diciendo la verdad; aunque sí, ya sé que todos los escritores son unos mentirosos, ya lo sé, pero yo he entrado en un farmacity  (los que no sepáis lo que es, ya tenéis un buen motivo para leer el libro) y os puedo dar mi palabra de escritora de que no son un producto de la hiperrealidad. Existen. Buenos Aires está plagada de ellos. Y Buenos Aires o México DF son lugares por los cuales bien podría moverse Munir. Ya sabes, diario, que yo le conocí justo antes de partir para allá, y siempre me lo imaginé tomando mate en todas las esquinas… Pero volvamos al libro.
Vodafone sol. ¿No os gusta? Leed el libro.
Vale, vale, voy a intentar ser un poquito más crítica. Pero no mucho, que luego me salen arrugas en el entrecejo. Me abstendré de hablar de las relaciones entre poesía y droga en Los pistoleros del eclipse. Primeramente, porque no soy ninguna experta en la materia y podría escribir cualquier tontería, y en segundo lugar, porque no creo que eso sea lo más importante. Todos sabemos, en mayor o menor medida, que subirse a recitar es un palo, que acojona, vamos a decirlo claramente, así que es bastante común que aquel que se pone delante del micro, se haya “puesto” previamente, ingiriendo otras sustancias, o una mezcla explosiva de ellas. No les juzgo. Munir tampoco, pero en Los pistoleros no cuenta más que lo que hay. Pueden verificar estos datos en cualquier jam session semanal de poesía. Y punto.
¿A que no adivinas algo increíble? En el libro, Munir dialoga con un diario. ¡Como tú y yo! ¿No me crees? Pues te lo digo totalmente en serio. En realidad, yo creo que el boludo finge que va escribiendo en un diario todas las historias que le salen de la cabeza (porque la tiene bastante grandota, ahí caben muchas, muchísimas historias) como la del ciempiés o la del hombre que creía que al otro lado de la montaña vivía un hombre idéntico a él pero que no era él. O sí. Nunca lo sabremos. Probablemente, Munir tampoco. Pero tal vez Munir esté engañándonos. Tal vez el hilo conductor de la novela, ese jersey azul bárbaro y mágico, sea solo un engañabobos producto de la mente de un escritor genial. No lo sé. No me importa.
El caso es que G se marchó. Y lo de la Italiana, ojalá no sea verdad porque si no…
Otros dos detalles más sobre el libro que me han fascinado. Uno: ¿cómo puede intentar hacernos creer que existe una azotea maravillosa en la cima de un Corte Inglés a la que se puede acceder sin pagar? Y dos: a estas alturas de la noche, Munir debe saber que estoy escribiendo esto, pero no revelaré  de qué manera puede prever lo que todavía no ha sucedido. Me gustaría adelantarme a su innata capacidad para imaginar lo que vendrá, pero no sé si puedo hacerlo. De modo que, repito, no revelaré este secreto ni ningún otro, porque él lo cuenta mucho mejor que yo, él ha nacido para escribir esta novela, este libro desquiciante, este libro abismal.
Lo siento, diario, querría seguir escribiendo pero tengo mucho sueño. Te voy a prestar a un amigo, a ver qué te dice. Pero no vale hacer comparaciones. Ni que te guste más su letra. Pórtate bien. Tal vez algún día seas tú quien le susurre cosas a un gran escritor.

Así… Muy bien…Eso es.


lunes, 3 de marzo de 2014

de raíz


enmudecer hasta el vértigo

invocar el tacto de tus dedos
la sombra de tu barba

sombra de mi sombra


el viento me abate
  nunca fui tan árbol.



domingo, 2 de marzo de 2014

«Un rumor de lila rompiéndose», palabras sobre “El beneficio de la enfermedad” de Yasmín C. Moreno


Los primeros síntomas de la enfermedad en Yasmín se anuncian desde esa niña fantasmagórica de la portada, que nos deja casi sin respiración. Es ella misma, saliendo de su propio cuerpo, huyendo de la extrañeza que a veces supone estar encerrado dentro de una urna de órganos y pieles.
El cuerpo. En este poemario de Yasmín tiene una gran importancia todo aquello que procede del cuerpo, los instintos y las pulsiones primitivas. Constantemente desfilan en los versos el hambre, el deseo, la rabia, la crueldad, la ternura…
Y es que aproximarse a la enfermedad quiere decir adentrarse en una de las cosas que más tememos: el descontrol y el caos, el malestar y la fiebre. La enfermedad no es algo deseado. La enfermedad es algo que nos confirma lo frágiles que somos en realidad, lo efímero de la existencia y la posibilidad de la muerte. En El beneficio de la enfermedad, la poeta alude a enfermedades asociadas comúnmente a las mujeres en la adolescencia, como son la bulimia o la anorexia, pero también se enfrenta a la vejez prematura, la viudez y a la maternidad, que tiene una cara amable (excitante incluso)  y una cara oscura, que entraña el hecho de dar a luz a un ser que va creciendo poco a poco en las entrañas, y que llega a convertirse en parte de ti, y no querer salir.
¡Quién no ha deseado ser un feto para siempre!  (Pienso aquí en el feto parlante de Marsé en Rabos de lagartija. Un buen lugar de enunciación…)
Por tanto, nos encontramos en este libro con una doble faceta de la enfermedad: el rechazo y al mismo tiempo, una verdadera adicción por ella: Cómo pude enfermar estando contigo/ el cuerpo enfermo se convierte en un monstruo ávido. Hay una prolongación del cuerpo a la realidad, de modo que el cuerpo también se convierte en casa, una casa no siempre apacible, habitable. Uno de los motivos repetidos constantemente es el perpetuo nomadismo, el hecho de no tener un hogar (no hay hogar es lo mismo que decir que cualquier sitio es el hogar).  También es relevante esa condición de orfandad escogida que se presenta en poemas como “Muerte al padre”, que rezuma amor y extrañeza a partes iguales, o en el verso como si yo fuera mi propia madre, un feto abierto de mí. Por supuesto, la creación, el acto creador mediante la escritura es concebido como parto, como un proceso físico, visceral.
¿Qué nos provocan estos versos? A veces, pueden rozar el desagrado. Pero otras, en la mayoría de las ocasiones, la belleza y el horror se conjugan de tal manera que el resultado es plenamente estético y rotundamente literario. La enfermedad más grave en este libro es la de la letra, tema que repite obsesivamente: Si he de morir, que muera de esto. / Sé que moriré de mí misma. Esta poética que nace en el desgarramiento, le lleva a escribir versos tan estremecedores como: Quien está llamado al abismo lo estará siempre. Eso se sabe./ Y volverá a caer. Una/ y otra vez. ¿Una poética del abismo? ¿Un coqueteo descarado con la muerte? En la poeta no hay miedo, no hay elección. Elementos escatológicos acentúan el vértigo; en este libro hay gran profusión de los líquidos: semen, papillas y sangre, bastante sangre, o verbos como mearse y regurgitar, de gran sugerencia.  Por supuesto, abundan los tecnicismos, manejados hábilmente: etología, ontología, movimiento microsacádicos… Todo este léxico, combinado con palabras más amables y dulces -no nos olvidemos, por favor, de ese poema, tan pizarnikiano por otra parte-:

Despertar en un campo de lilas,
No despertar nunca del todo, ser
Un campo de lilas.
Ser la planta y su esqueleto
Y la lluvia y la lágrima y el
Campo de lilas.
Eso
Fue lo que me pasó.

Todo este conjunto de elementos, digo, son un reflejo y una pequeña muestra de la vida, y especialmente, de aquello que duele y a lo que tememos pero que, al mismo tiempo, nos hace falta, porque forma parte de nosotros. Estar enfermo es que se preocupen por ti, es ser cuidado y devuelto por unos instantes a la infancia, a la bondad. ¿Es un crimen fingirse enfermo? ¿Es un crimen ponerlo por escrito?
Creo que no.
Este librito es una parábola, una exploración del hombre y un acercamiento a las pasiones que nos definen como seres humanos.
La escritura como necesidad febril para decir lo que no hay, para pronunciar el silencio:

Callar mucho tiempo es otra forma de ayuno
No abrir la boca para vaciarse hasta el fondo.

***
Concentré tanto mi pasado en una luz
Cuando no tenía pasado

He escrito tanto sobre la enfermedad
Para no estarlo.

Lean a Yasmín. Súfranla.