miércoles, 22 de octubre de 2014

la caída del mito

Asisto a vuestras vidas y aprecio mejor que Dios la herida
amarga del anciano cuando la niña se recoge el pelo y es
sanguinaria su belleza y es aún más sanguinaria la
distancia.
(Julieta Valero)


Afuera un dolor salvaje de criatura naciendo
y dentro un espacio hueco en el que acumular nadas.

Mi refugio: el paisaje más allá.

Una explanada verde
un no rozado bosque
el seno de la selva y su desgarro.

Del otro lado
la tierra parda y hosca.

Quien hace el amor con los ojos abiertos
sabe del perfume a tierra baldía, amada.

Yo, que no sé no gritar ante la acción más sanguinaria,
he traicionado a todos los que intentaron someterme.

Por eso estoy aquí,
porque temo y deseo la belleza con tanta ferocidad
que no puedo entregarme al abrazo sin oponer resistencia.

Mira cómo resbala esta sonrisa por la comisura de mis libros.

He pronunciado la palabra que llevas escrita en la frente.

Asistimos a la muerte del mito.
¿No te parece hermosa?

Acaso ya ha comenzado el deshielo.


sábado, 18 de octubre de 2014

coda para una película de Bergman


Hueles a sueño y lágrimas.
(Persona, Ingmar Bergman) 
Has mirado la herida fijamente,
    una, dos, tres veces,
y después:
         nada
              un espacio en blanco
solo silencio.

Escucho el zumbido de una luz cercana,
      o tal vez no.
 No es-toy se-gu-ra.
     Serán imaginaciones mías,
otro juego inútil mientras la ausencia.

 He consagrado minutos enteros a la inmovilidad.
      Puedo jurar que soy exactamente así,
                como una circunferencia.

Por la noche, tomo un libro entre mis manos
          y le pregunto cosas como:
 ¿qué tal estás?
              ¿tienes frío?
  ¿te has enamorado alguna vez?

  Pero, ¿qué dirían los vecinos si supiesen
      quién rasca las paredes?

        ¿Alguien brindaría conmigo
si cruzase del otro lado,
     si me ofreciera en ceremonia?

 Basta ya de interrogantes.
        Es suficiente.
                     

                *   *   *

             Cuando te miro
        el bosque es frontera y bálsamo.
 
No hay herida posible cuando te miro.    

           

         

lunes, 13 de octubre de 2014

Ontología: caos

A J. 
No sé si recuerdas ese vestido
con el que me inventaste por aquel entonces.
Todo era presagio y ardentía,
vértigo en espiral, bramidos como espejos, 
y los poemas -nuestros poemas-,
senderos peligrosos entre mares.

Hoy he guardado el vestido en el último cajón del armario,
donde vive el pasado en formato humedad,
en formato súplica.
Allí la desnudez es mi equilibrio, el reloj
que enhebra las pestañas de mis horas,
sacude los peldaños agrietados. 

No sé vivir ordenadamente, ni escribir
ordenadamente; no sé amar para toda la vida.
Soy la carta en el buzón equivocado,
que siempre alcanza su destino.
Soy la que toca el piano como si fuera
un cuerpo desnudo y expectante,
y luego acaricia su cuerpo
como quien limpia un campo de batalla.

Por eso me niego a guardar el vestido
aunque ya no sea verano, aunque tus ojos
hayan dejado de inventarme.

Voy a ponérmelo siempre,
para sentirme viva,
para sentirte cerca,
para saberme caos.







sábado, 11 de octubre de 2014

versiones de la náusea


Estas son las versiones que nos propone:
un agujero, una pared que tiembla...

(Alejandra Pizarnik) 

  No sé quién decide el papel de una lágrima
  ni entiendo por qué he dejado de ser en el mundo.

  Los objetos traman una muerte a mis espaldas,
  y el caracol avanza, inevitablemente.

 He perdido el equilibrio que nunca tuve.

 He tropezado.

 Me estoy cayendo
 al ritmo de una hoja, a ese ritmo.

 Crujo y caigo a solas
 como los ascensores
 o los barcos.

 La lluvia no tiene nada que ver conmigo:
 la retengo en las manos,
 inclino la cabeza,
 hundo los pies.

 No siento más frío que antes.

 No sé quién decide el papel de una lágrima,
 el papel de una gota, el papel de un papel.

 Nada importa nada,
 excepto lo irrecuperable.

 Estas son las versiones que nos propone:
 una cama vacía, una mujer vacía.

 La náusea.








martes, 7 de octubre de 2014

5ª expresión o reflejo de la ciudad incómoda


Erich Heckel


Piso con fuerza la ciudad incómoda. Recojo el pensamiento que ha dejado tirado un transeúnte. Lo muerdo y me recreo en el mordisco. Soy mis encías y mi lengua. Soy alguien que vive el sueño de otros, que persigue una sombra que calza un número de zapato tres veces más grande.
Dónde se halla la respuesta sino en el remate imposible de esa cúpula, en el papel más sucio de la alcantarilla, en mi propia grandeza, que es al mismo tiempo, signo inequívoco de mediocridad. Alguien ha detenido el reloj de arena. Alguien ha decidido que la ciudad es más importante que las personas que la habitan. Ella abre su boca, su enorme boca. No tiene colmillos porque no le hacen falta para desgarrar la carne. Nuestra carne.
Tiemblo en mi soledad perpleja. Voy caminando como quien se mueve dentro de una jaula y se sabe en el interior de la jaula; o tal vez vive intentando convencerse de que es posible ser feliz en esa jaula. No, ni siquiera eso: yo vivo a pesar de los barrotes, de las rejas. 
Vivo en silenciosa ensoñación.
Respiro en la oquedad, exhalo pequeñas bocanadas de aire. Me embriaga esta ciudad-continente, este torpe reverberar del mundo en su vientre subterráneo, este fluir desbocado de tentación y desesperanza. Piso con fuerza la ciudad incómoda, que a veces, se cierne amenazadora y dulce como una madre. Sí, esta ciudad es la madre absoluta, la que controla tus pasos y sus tambaleos, la que previene tus enfermedades con besos en la frente, la que no duerme si tardas más de la cuenta en llegar a casa. 
Mamá: deja que me equivoque, que tropiece con la misma piedra las veces que sean necesarias. 
Ha llegado el momento de abandonar la ciudad. Voy a romper todos los espejos que me recuerden a ti. Adiós, adiós.