martes, 14 de febrero de 2012

Día de los no-enamorados

A todos aquellos que por una razón u otra, dejaron de creer en el amor

¿Qué importa que hoy sea
catorce de febrero
de dosmildoce año bisiesto
luna creciente o menguante
si nuestro amor no atiende
a calendarios de nevera
con fotos de paisajes y deseos transitorios
obstinadamente mudables?

¿Qué importa, sí, qué importa
que no me beses en los labios
esta tarde de este año de este mes
de esta vida en concreto
si todos los días me enamoro en el metro
de una pincelada en los ojos de un viajero errante?

¿Qué importa que no nos entendamos?
Dime, ¿acaso importa cuánto dure este momento?
Si en esta conquista las armas no valen
y es el inca tu lengua salvaje
lo que produce un placer infinito
en este corazón mestizo, voraz y antropófago
del que nunca nunca nunca
pero que nunca jamás, te daré la llave.

viernes, 10 de febrero de 2012

Mascarada

Enhorabuena, amigo.
Ya has subido de golpe todas las escaleras mecánicas por la izquierda y sin que te faltase el aliento, transpasado el umbral dificultoso de los tornos rebeldes del metro y empujado la pesadísima puerta que conduce al mundo exterior. Repito, enhorabuena.
Toma una gran bocanada de aire porque dentro de poco vas a necesitar de toda tu capacidad pulmonar. Respira hondo; eso es.
Resguárdate del frío y cubre tu boca a duras penas con el abrigo. Atraviesa las calles desiertas de tu barrio un viernes por la noche, ni demasiado pronto como para que quede gente en los restaurantes, ni demasiado tarde como para escuchar a los pájaros que cantan.
Adelante, puedes cruzar con el semáforo en rojo porque no le importa a nadie por dónde cruces ni cuántas copas lleves discurriendo por la sangre. Adelante, puedes hacer lo que quieras, porque probablemente tu destino no sea que te atropelle un coche. O sí. Pero tal vez no, y mientras persista la duda y dure la incertidumbre, habrá que pensar lo contrario. Que seguramente tu destino sea el de no tener destino.
Llegas al portal de casa y descubres que se te han olvidado las llaves. Llamas al portero automático y nadie contesta, nadie abre. Te sientas en las escaleras y decides esperar hasta que llegue un vecino, o hasta que amanezca, o hasta que caigan del cielo unas llaves.
Eres un tipo invencible, eres un tipo envidiable, eres un tipo que está solo y que morirá solo y congelado en su propia desnudez. No eres más miserable que el resto, pero alardeas de tu miseria como si de tu herencia se tratase. Haces versos sin ritmo que luego pisoteas en el asfalto, y te bebes el culo de una botella cualquiera, y lloras como hacen los niños cuando no quieren que los vean sus padres: a escondidas.
Te quitas los zapatos y descubres que llevas un calcetín de cada color; miras al cielo y ves la luna no llena, sino llenísima, luna plena. Cierras los ojos y te abandonas. Infinitud del cuerpo y del alma.
A la mañana siguiente, tu vecina se llevará un bien susto al verte tirado ahí, en el suelo, como un muñeco de trapo con una sonrisa grande y burlesca.
Enhorabuena.

jueves, 9 de febrero de 2012

Diario onírico: destellos

Cuellos que se adormecen en el regazo de cientos de bufandas de colores de tamaños de texturas de perfumes de personas diferentes. Cuellos no patentados, cuellos que se ocultan como el último resquicio de nieve. Cuellos a la moda, cuellilargos, cuellos de cisne, cuellos de tortuga que sobresale del caparazón.
Cuellos que dejan entrever las venas, cuellos anti-vampiros, cuellos provocadores e incipientes.
Cuellos adornados, con cientos de collares de calladas señoras con las uñas de rojo y el bolso granate.
Cuellos sencillos, cuellos que se prolongan sin remedio hacia zonas más audaces, cuellos que no terminan nunca en los botones desabrochados de una camisa.
Cuellos con vida propia y capacidad de actuar, de moverse en el escenario e interpretar un personaje: cuellos galanes y cuellos seducidos, vulnerables.
Cuellos en todos los lugares.
Cuellos para todos los gustos.
Cuellos, cuellos.
¿Para qué...?
Nosotros o ellos.