jueves, 31 de marzo de 2011

Diario de una provocación: qué hacer en caso de incendio.



Perdí la razón, y por si fuera poco, ahora pierdo los trenes, los suspiros, las gafas de sol.

Pero continúo viva, radiante en mi pecado sin confesar, con los ojos más azules y más abiertos al mundo que nunca, con la resaca literaria haciendo estragos en mi interior. Con los besos inmortales o inmorales palpitando en el corazón.

Sí, me subo al tren y no puedo evitar fijarme en el cartel, que reza así:


"Si se descubre un incendio:

-mantenga la calma.

- avise al empleado más próximo y siga sus intrucciones

- diríjase hacia otro coche en sentido contrario al humo..."


Qué ironía, -me da por pensar, -¿Y qué narices hacer cuando el incendio lo llevo dentro, agazapado en algún rincón? Entre toses y ardor de garganta, siento los sinsabores de saberme enamorada. O inspirada. O ambas cosas a un mismo tiempo, que es mucho mejor.

Creo que en esta ocasión me rendiré sin oponer resistencia alguna, porque lanzarse a la batalla a pecho descubierto y sin espada en el cinto es una locura. -Cómo adoro las locuras, válgame Dios-.

Todavía tengo los labios secos, tan secos que el Sáhara a mi lado es un oasis. No tengo perdón.

Además, las imágenes me llegan intermitentes, como si de una película se tratara. Se entremezclan vértigos tambaleantes, risas alejadas a través del teléfono, ojos febriles, palabras adultas y palabras ingenuas, murmullos ininteligibles, intentos de llanto, besos arrepentidos o sublimes, memoria de marzo...


Cada día es una nueva aventura; cada día aprendo algo nuevo que no deja de ser extraordinario. Hoy me voy a la cama sabiendo que los dioses, si pudieran, se morderían las uñas.

Hoy me acuesto con la voz rota de haber regalado palabras.

Hoy me duermo feliz, sin saber qué me depara mañana; esto es, feliz en mi ignorancia, como la sombra de una flor pisoteada.





lunes, 28 de marzo de 2011

Adivina, adivinanza: fiebre azul, chocolate y desesperanza




Será por el cambio de horario, pero mi cuerpo y mi cabeza no consiguen ponerse de acuerdo, y así voy, dando traspiés, retranqueando. Y me despierto a las siete de la mañana, ni un minuto más, ni un minuto menos, con ganas de comer chocolate, y me duermo al minuto siguiente para no vomitarlo. Abro un ojo titubeante, miro el reloj, y parecen burlarse de mí esos antojadizos números digitales -nunca entenderé a sus dichosos hermanos, los analógicos, que me la tienen jurada, los muy... -en fin, que de tanto darle vueltas a los pensamientos, -que parece que tenga dentro una lavadora -, y ensimismada como estaba, iba tranquilamente en el metro y me he pasado de parada.


No me lo podía creer. -¿Qué narices me pasa? ¿Es que ahora ya no sé ni contar? Si me las sé de memoria, la linea cuatro enterita, de toda la vida, mira: empiezo en Colón, como no puede ser de otra forma, me trago Serrano y pillo un empacho, alcanzo Velázquez, no lo niego, pero sigo hasta Goya, al que siempre tuve más cariño. Y pasándome de Lista, ya me acerco a Diego de Léon, que me da un poquito de miedo por eso del apellido... pero consigo llegar a Avenida de América, y dejo allí mi colonia, extendida en el vagón, plagado de indígenas de la tribu más rara, y luego va la Prospe, donde pierdo hasta la cobertura del móvil, ya estoy habituada, y al fin... ¿Arturo Soria? -No, no pueden haber extirpado de cuajo y sin avisar tres o cuatro paradas.


Definitivamente, no se puede ir en metro estando atolondrada. -Palabrita de niña buena. Luego es llegar a las escaleras mecánicas, y... catapum! -¿Estás bien? -Sí, sí, no ha sido nada, sólo iba despistada, gracias.... (Nada excepto un bonito moratón de esos que hacen juego con mi cara.) Y... ¿por dónde iba? Ah, sí! Por fin, llegar a Alfonso XIII, -no hay odisea que valga-, salir del metro y encontrarme con el 100 montaditos, cara a cara, desafiándome con los recuerdos, como si yo no me acordara lo suficiente de aquello... ay! Más tarde, echo un vistazo al interior del ibercaja, y el mendigo que ha hecho de dicho rincón de ahorros su propia casa, me devuelve una mirada muy triste y lánguida, sin dejar de rezar entre susurros, sin perder la esperanza. Yo hace tiempo que me desengañé y sé que rezar no me sirve de nada. Bueno, miento: me ayuda a sentirme completamente sola, más aún, desamparada. Y camino despacito no vaya a ser que me caiga, que además, ya van doliendo los oídos, y no tardará la garganta. Seguro que en cuestión de enfermedades puedo batir todos los récords yo solita, parece ser que mis defensas no saben reconocer al que ataca. -Y yo con todos los goles aquí acumulados, entre poste y poste, entre nuca y espalda.


A ver hasta cuándo aguanto hoy escribiendo, con la fiebre a mi lado sentada. Si creía que hacía todo esto para desahogarme estaba muy equivocada. Ahora que sé que van a llegar a tí, trato de endulzar mis palabras. Las fabrico con especial esmero, -sin darle mucho al salero, por eso de las calorías-, esperando que sepas triturarlas, y masticarlas bien, lentamente, letra por letra, hasta que sean una pasta incomestible que se deslice por tu lengua antes de traspasar la garganta... Al menos, he conseguido que ellas lleguen al sitio exacto donde se desvanece mi vida entera: tus labios de caramelo y mermelada. -Aunque, no sé, no me los imagino tan dulces como frambuesas con nata, sino quizás con un suave toque de limón en el labio inferior, o mejor, miel y limón, miel de hiel, pasión inexacta.


Posiblemente te resulten algo indigestas, y no puedas conciliar bien el sueño porque toda la noche te repetirán la misma perorata. Ojalá consigue acunarte con el aire de mis pestañas, y duermas eternamente, -como el hada durmiente, -y cuando despiertes, ya no sientas nada. Entonces podré tirarme al río, ahogarme en la corriente helada y detener esta fiebre que ya se me apodera y no me deja seguir siendo tan pesada. Seguir hablándote disimuladamente, sin tener que agachar los ojos, sin sentirme tan terrible, -y maravillosamente, -turbada. ¿Sabes qué? El chocolate ya me sabe a poco. La fiebre no remite, los ojos acuosos ya no tienen lágrimas.


No me pidas que te perdone, porque soy yo quien extendió demasiado alto las alas... El remedio para esto se llama olvido, y no quiero abrazarlo de momento, hasta que sepa el mundo una sola cosa. El motivo por el que sigo viva y muerta, libre y aprisionada. Me hubiera gustado susurrártelo al oído, pero no me saldrían las palabras, y mis mejillas pasarían por toda la gama de rojos, granates y escarlata...

Pues bien, sin poner más trabas, firmo mi sentencia de muerte no pronunciada: estoy lisa y llanamente perdida, triste y amargamente enterrada. Y es que de tí, de tu sonrisa y de tu pecho, hasta el tuétano y los huesos, estoy más que enamorada.

domingo, 27 de marzo de 2011

Suelas que no dejan huella: libros y soledad



Hoy está la mañana muy ventosa. Fíjate si está ventosa que se pega a los cristales de las ventanas con cierta desgana decimonónica, fantasmal. Sí, definitivamente me he hundido al ver las nubes encapotando el cielo primaveral, y he decidido no volver al Retiro a retirarme del todo. He decidido no madrugar; pese al frío y la humedad, me he quedado en la cama mirando el techo, repasando una tras otra las diminutas manchas en su blanco inmaculado: dieciocho años viéndolas sin saberlas encontrar, como si cada noche se revolvieran traviesas en su mundo particular. Si cierro los ojos, te veo sacándome descaradamente la lengua, apoyado en una esquina de mi cama, con los brazos cruzados y las pupilas muy negras detrás de las gafas.

Pero al abrirlos, y descubrir que mi torpe vista me ha vuelto a engañar: cómo me fastidia ser miope, -lo que no veo me lo tengo que inventar-.

Y otra vez me encuentro en las mismas, sin ningún plan mejor que sentarme a escribir, de corridilla, sandeces incomprensibles que a nadie puedan importar. Llevo ya toda la mañana garabateando bosquejos invisibles en una libreta, simplemente por el hecho de que no puedo parar. No estaría nada mal guardar todo este flujo de palabras desordenadas en una caja de zapatos, -o en cualquier otro lugar-, para destaparla cuando me siente a escribir y no que quede imaginación que derrochar. Incluso, tal vez, sería un buen momento para comenzar esa primera novela, el gran reto que tanto tiempo llevo queriendo emprender y me da miedo siquiera intentar.

Tanto leer a mi adorado Marsé me está empezado a trastornar: leo Caligrafía de los sueños y me hace sonreír, imaginando al Matarratas matando a ratos el tedio y la soledad, recreando a Ringo y sus aventis, al grupo de niños del Carmelo y del Guinardó con sus interminables historias precoces llenas de ingenio y ferocidad, y me siento a jugar con ellos, a recrear su macabra existencia, su vida mísera entre escombros y sueños, todo entremezclado, en perfecta hermandad.

Voy a curarme leyendo; voy a tumbarme en el sofá, -que ya duelen la espalda y el cuello de tanto teclear-, y hasta mañana si Dios quiere. -Que no sé yo si querrá...




sábado, 26 de marzo de 2011

La lumbre de mis desvelos



Pues bien, para confirmar mi locura, -y también por ciertas creencias algo estrambóticas que rozan los rituales paganos, -escribo en estos momentos de soledad a la luz de las velas, sumida en la completa oscuridad, engullida por las sombras e inspirada por su voz temblorosa. Vista así, la vida tiene una tonalidad diferente.

A mi derecha, una pequeña vela blanca, cuya llama minúscula y firme se mantiene impasible mientras la miro, diminuta y azulada, como mi esperanza.
Apenas le queda ya olor, ni luz, ni nada.

A mi izquierda, -por casualidad, no por ideología, aunque bien podría ser, -una vela roja, grande, poderosa, que exhibe con orgullo una enorme llama entre amarilla y escarlata, que chisporrotea, que tiembla incontrolablemente durante unos segundos como si alguien invisible la soplara, -que espero que no, pues a esta velada no han sido invocados espíritus de ningún tipo: hasta la medianoche esas cosas no son aptas, -y no puedo evitar sonreírme al pensar de esa eterna luz tan brillante es símbolo de la pasión que me embriaga, y sé que puedo jugar con ella, provocarla, darle aire, acariciarla con la punta de los dedos, que no se rendirá sin más, que no osará apagarse. Me da miedo tocarla durante un minuto seguido y abrasarme, pero su fuerza es tal, su magnetismo es tan intenso, que es dejar de verla y echarla de menos.

Estoy como una regadera, pero me importa más bien poco.
La cera se derrama despacio, y mis palabras se adhieren a su ritmo sagrado.

"..Tengo vacías las manos, no sé lo que me pasa, estoy poseída, -que no sea por el diablo, que ya solo eso me faltaba-, y aunque estoy sentada, me siento flotando, levitando...
O delirando quizás. Será más bien esto último, porque emprender el vuelo sola me da miedo, porque sé que ahora no soy capaz de rozar el cielo; ya no. Que mis dedos arden por alcanzar las nubes, por recuperar los recuerdos. -Y es que, claro, el tequila nubló mi memoria: nuestros esporádicos encuentros, la risa edulcorada, los aditivos de tu aliento, mis palabras y las tuyas, nuestros bailes, -casi profesionales, -y el imaginario de los besos.

De vez en cuando voy recuperando sus ecos: un deseo no formulado, un intercambio de miradas, un -perdóname-, y la distancia de por medio; el cosquilleo impertinente detrás de los oídos,
el lenguaje de los silencios, y el pestañeo incansable que te hizo echarme de menos.
Creo que hablé demasiado, que recité unos versos improvisados cuando íbamos caminando, que soñé, -o que soñamos más bien-, con ser simples enamorados, dos personajes de cuento ficcionalmente extraordinarios."
La vela blanca se ha apagado inexplicablemente. Todo ha terminado. La inspiración se marcha, y ya no me siento con ánimo. Dejaré que la única vela que me ilumina se consuma despacio.
Hoy mi pensamiento es incendiario. Y mi cuerpo, este cuerpo desorientado, no sé dónde lo he dejado olvidado. -Le concederé un tregua solo por esta noche; así seré un simple espíritu desahuciado-.

Té con limón






Esta resaca emocional, -que poco o nada tiene que ver con el alcohol, -me sabe más amarga que la cerveza bebida a largos tragos, me asfixia con su embriaguez perfecta, me hace llorar sin perder la sonrisa. Maldita sea. Y bienvenida también.
Creía haber olvidado lo que es el vértigo, el sentirse mareado yendo asombrosamente despacio, el mirar las cosas con otros ojos y pronunciar las palabras de siempre con una nota distinta en la voz. Creía haber perdido mi torrente desbordante de palabras por el camino, creía haber cambiado.
Y era todo ficción. Resucito poco a poco, me revuelvo entre las sábanas de mi apacible cama, en mi querida habitación azul, y la sombra de un camastro incierto me persigue, me dobla la espalda, y siento todavía como me raspan las recias mantas en las piernas y en la cara, y me duele haber dormido sola, o no haber siquiera podido dormir, porque pensaba, imaginaba.
No sirvió de mucho pensar, después de todo.
Ni siquiera huír de la realidad y caminar eternamente para escapar más lejos de tí, y a mi regreso, con la cabeza baja y sumisa, hallarte en el sitio justo en el que esperaba encontrarte, como si hubieses leído mi pensamiento, como si mi locura te hubiera rozado al menos. Tú, que siempre fuiste tan cuerdo.

Y claro; quería pronunciar un débil y sólo me salió un triste y mentiroso no. Compréndelo, no pensaba en mí. No pensaba en nada. No quería hacerlo.
Me dolía alejarme del hechizo, soterrados ya los sentimientos bajo el muro de mi renqueante corazón. Pum-pum, pum-pum no deja de ensordecer, no deja de pedir perdón.
Nunca me había sentido tan vacía y tan llena, con tantas ganas de abrazar y de golpear al mismo tiempo, con el llanto y la risa atrapados en algún lugar dentro de este cuerpo, de este armazón. Quiero desaparecer, no verte nunca para seguir escribiéndote, y seguir viéndote para escribir versos en voz alta, o leértelos con voz queda, con un nudo en la garganta.

Quiero té,- té con limón-.
Espero que no sea muy grave: sufro una especie de adicción. O de alucinación.


Somos el tiempo que nos queda



La tentación de lo prohibido me muerde salvajemente el estómago; me obliga a vivir así, en constante sensación de vértigo, subida a este estrafalario parque de atracciones que ahora es mi cuerpo, o mi vida, o lo que sea...

A veces vomito palabras: me resulta absolutamente imposible contener la náusea.

Brotan a borbotones de mi garganta, una vez congelada la necesidad imperiosa de gritar, o de huír, o de bailar bajo la lluvia helada una noche sin luna, o simplemente dejarme arrastrar por la corriente del Huécar, -pequeño y poderoso río que fluye sin piedad, cayendo en cascadas, salpicando con su espuma solitaria, ahogándome en la nostalgia de su fondo pantanoso y ténue, opaco y gris.


No, no puede estar pasando: creímos ser dioses y solo somos seres humanos. Dije: "Somos dioses y éste es nuestro universo". Mentí, me equivoqué, me traicionaron los sueños.

Pensaba que volar no es tan difícil como pensamos, ni mucho menos. Pensaba que podía ser feliz, -y claro, no perdíamos nada con intentarlo-.

Ahora solo sé que no sé nada, y que al mismo tiempo, lo sabemos todo. Que no puedo hacer otra cosa además de escribir, de arrancarme toda emoción de los labios, de empaparme en esta prosódica tempestad que es mi cuerpo y mis frases, los versos procaces, los abrazos rotos, los besos no pronunciados. Somos poco más que palabras, ¿no crees...? Ya no sé ni a quién se lo pregunto, pero nadie me responde.

A veces creo que escribo para no hablar sola en voz alta, como si estuviera loca, -tan loca como aquel conferenciante, ilustre señor Palacios, genio a ratos, que dejó a todo su público anonadado, con su tartamudeo incansable, casi desesperado, que no entendí entonces, pero ya comprendo.

Qué locura el chichisbeo.- Nos daba risa la palabra, el discurso atropellado, las muecas, los roces en el brazo, las ganas de salir de allí, dejar paralizado el acto, detener el aire caliente y atrapar el viento helado con las manos. Sueño que seguimos subiendo esa escalera interminable, y no deseo que se terminen sus peldaños. Sueño que sueño, y vuelvo a estar en trance literario.


Se me escapa un intento de poesía cuando me estás mirando. Tienes los ojos tristes, -de cervatillo asustado-, y quiero callarme porque sé que mis palabras te hacen daño, que te gustan tanto, que quieres oírlas a todas horas o solo de vez en cuando. Mi media sonrisa es traviesa: me estoy confesando. Confieso que fingí estar dormida durante un tiempo extraordinario. Y sabía tus ojos bailando, sobre mi nuca, sobre mis párpados, y me daba miedo abrirlos y no encontrarlos. O mirarte y quedarme para siempre paralizada en su hechizo seductor, torpe y malvado.


Fue sencillo el pestañeo mortecino, atrevido e inocente, tranquilizador y maquinado. Fue una suerte de grito desesperado.


Tengo los ojos entrecerrados, y tú respiras todavía; muy lejos, sí, pero a mi lado.




viernes, 25 de marzo de 2011

Paisaje desolado



Soy enteramente un paisaje desolado.


Ya los pies no responden,

llevan un ritmo decelerado.

Sin embargo, sin embargo,

cuán terrible es la fiebre,

continuar jadeando

mucho tiempo después

de que todo haya expirado.

Estoy sola en el andén,

y nadie me está mirando:

puedo leer en sus ojos

la eterna interrogación,

el por qué de mis desmayos.


Soy enteramente un paisaje desolado.


Con el zapato desatado,

voy caminando, despacio.

Y la enfermedad hostigando

detrás, sombra burlona

de los vacíos de los besos

que no me has dado.

La vida suspendida.

Mi pelo, enmarañado

pugna por abrirse paso

bajo la gorra de diario.

Los labios agrietados

de tanto morderlos,

hinchados y obscenos,

terribles o bellos.


Soy enteramente un paisaje desolado.


Y es que me miro al espejo,

con miedo a mi aspecto,

-que un mendigo a mi lado

sería arrebatador-

y trato de limpiar el barro

de las botas, de los años,

que los recuerdos vienen,

me maltratan con su agravio.

Tengo sueño y empacho

de cierto baile romántico,

de aquel paseo de antaño,

por las nubes: el cielo mismo

que nos ha deslumbrado.


Soy enteramente un paisaje desolado.


Cómo duele pensarlo:

recordar y ser consciente

de que pudimos volar,

ser felices, y suicidarnos

en brazos del destino.

Sin embargo, sin embargo,

te he cortado las alas,

y ahora caigo en picado:

me precipito a ese abismo

que solo quiso engañarnos.


Maldita Ciudad Encantada

-me has enamorado.










lunes, 21 de marzo de 2011

Maldita enana


Será que tus ojos risueños son lo primero que veo cada día al despertarme, o será que lo último que escucho antes de naufragar en el laberinto de mis sueños es la nota débil de tu aguda vocecilla, susurrando "buenas noches, que duermas bien..." O será que ya no concibo mi vida sin tu sonrisa pícara siempre a punto en los labios, sin tu retahíla de chistes malísimos, sin tus comentarios ingeniosos de improviso, sin tu constante alegría de vivir.

Será por todo eso, -y mucho más-, pero lo cierto es que a veces recibo de buena gana esos abrazos tuyos tan empalagosos, acompañados de un beso húmedo y sonoro en la mejilla. Recuerdo que hasta hace no mucho, me preguntabas, con la duda pintada en tus pupilas centelleantes, si podías darme un beso pequeñito como premio victorioso ante alguna apuesta,

-sólo tú eras capaz de pedirme algo tan altruísta y sencillo a cambio, un gesto de ternura tal que haría estremecer a la más insensible de las criaturas-.

Tampoco olvidaré nunca esa forma tan peculiar de reconciliarte conmigo cuando estábamos enfadadas. Para empezar, no te quedaba muy claro el concepto de "perdonar" o "pedir perdón", y por eso, con toda la inocencia del mundo, me decías un simple: -te perdono, Gemita-, cuando en realidad tendrías que haberme preguntado: -¿Me perdonas, por favor?

A mí me entraba siempre la risa, y terminaba propinándote una cachete cariñoso en tu trasero respingón, envidiable, casi burlón.

En otras tantas ocasiones, te limitabas a permanecer callada durante mucho tiempo a escondidas, mirándome de reojo, y aprovechabas una leve distracción por mi parte para deslizar un dibujito trazado muy rápidamente, acompañado de inconexas frases de disculpa y corazoncitos por doquier. -Era imposible estar enfadada contigo tras aquello, bien lo sabes...

Ahora, años más tarde, te miro de frente tecleando en el ordenador, y me pregunto en silencio qué habrá sido de aquella niña inocente, arrolladora como un terremoto, frágil como las olas del mar. Me lo pregunto sin cesar, y sólo cabe la posibilidad de que hayan raptado a mi verdadera hermana una noche cualquiera, dejándome otra en su lugar.

No, definitivamente, esa cría que se pinta las uñas por debajo de la mesa -procurando que no la descubra mi madre-; esa desconocida que se encierra en el baño durante horas canturreando las canciones de moda que tanto detesto; esa niña de belleza transparente, que me mira y no se lanza enseguida a mis brazos para darme un beso, esa niña, esa niña de casi trece años... no es mi hermana.

*****


-Queridísima extraña, ¿podrías darme un masajito en la espalda? - Ay, ay, que me duele mucho anda, porfa... no seas mala.


-Pues te jodes, pringada.

sábado, 12 de marzo de 2011

Danza poética para una noche de marzo



Quiero bailar contigo
en esta noche de tango y bolero,
bajo la luz de la luna
que recorta nuestros cuerpos.

Quiero bailar contigo
o morir en el intento,
que ya los pies no responden:
llevan un ritmo frenético.

Quiero entrelazar los dedos
en tu nuca, y mirarte de lejos
como miran los ciegos
todo aquello que imaginan.

Quiero inclinarme hacia atrás
hasta casi rozar el suelo,
sentir tus dientes en mi cuello
y soltar un gemido hondo, lento.

Quiero inundarme de música,
gozar la melodía de tus besos,
enlazar mi pierna en tu cintura
y elevarme quizás al cielo.

Quiero retirar el sudor
de tu frente cuando acabemos,
enloquecernos con dos caricias,
tres acordes, cuatro silencios.

Quiero recordarlo siempre,
o inventarme estos versos
y reinventarme el deseo
que ahora brota de mis dedos.

Quiero detener el mundo
y besarte por vez última,
entreabriendo los labios
para sentirte muy dentro.

Quiero aprenderlo todo esta noche.
-Bailemos. (...)

martes, 8 de marzo de 2011

Lluvia que incita al pecado



Hoy no llueve sobre mojado.

Pero levanto la vista al cielo,
y descubro húmedos mis párpados.
Iluminación súbita que atraviesa
mi mente, y siempre termina en charco...

Salir a la calle resulta de locos,
paraguas en mano voy bailando.
La sonrisa es perpetua, casi invisible,
luchar es propio de mi abecedario.

Y resulta paradójico escribir así:
completamente a oscuras sigo tecleando.
Que la luz sin avisar ha hecho huelga;
nos ha dejado con la palabra en los labios.

A mí que no me quiten la voz ni la poesía,
que es mi forma de vida a diario.
En verso lo digo todo y no digo nada,
Pienso en ese sueño que me has robado.

Luego voy y me acuerdo de la luna,
pedacito de luz hermoso y extraño:
ayer tenía forma de uña o de sonrisa.
Hoy ya nada me parece tan raro.

La vida tiene tintes de caos y armonía:
vivir resulta un desafío inesperado.

No,hoy tampoco llueve sobre mojado…

lunes, 7 de marzo de 2011

Polizón en mi vida



"...Teníamos todo el tiempo del mundo
y sin embargo...
andábamos descalzos
para no ahuyentar los segundos,
y así de paso, dejar olvidada
la fecha de caducidad en los zapatos.
Bebíamos cerveza a largos tragos,
yo aspiraba lentamente el humo
de tus cigarros,
sintiendo aquí dentro
cómo me ibas envenenando...
tampoco se nos daba bien hablar
estando tan excitados,
asi que aprovechábamos los besos
para desgastarnos la piel y los labios,
dejando posos de alcohol
en todos los escenarios.
Íbamos del sofá a tu cama,
de tu cama al coche, del coche al baño,
perdiendo en todos los rincones
tantos botones como camisas volaron.

Y al final te rendías, los brazos en alto,
declarado culpable de todos tus actos:
era sin duda, el peor delito jamás cometido
-haberme querido tanto.

sábado, 5 de marzo de 2011

La edad de la inocencia


Se inclinan ante tí mis caderas


en tierna reverencia


durante esta vaga noche


de orgasmos sin esperma


-danza frenética de los cuerpos


que se atraen sólo con señas-.




Me gusta tu contacto leve


en el agujero caprichoso de una media;


por no decir ese gesto desprendido,


en que limpiar tus gafas implica


levantar el borde del vestido,


sin perder tu dulce indiferencia.




Hoy pienso besar la almohada


hasta quedar satisfecha:


-que un beso nunca es suficiente,


por mucho que dure su huella.




¿Me prestarías un rato tu boca


para jugar un poco con ella?


-No, no me regales la luna:


eso es para niñas buenas...






martes, 1 de marzo de 2011

Aquella primera vez

Descubrir imperfecciones
en tu cuerpo o en el mío,
resulta un juego de niños
cuando somos perspicaces.

¿Recuerdas aquel examen
de mis interioridades,
estando yo muerta de risa
al ver tus ojos voraces?

Largo y duro, pero intenso-
dijiste en aquella ocasión,
proclamando tu inocencia.

Hoy revivo en silencio
esa dulce provocación,
y me embriago sin cerveza.