domingo, 27 de marzo de 2011

Suelas que no dejan huella: libros y soledad



Hoy está la mañana muy ventosa. Fíjate si está ventosa que se pega a los cristales de las ventanas con cierta desgana decimonónica, fantasmal. Sí, definitivamente me he hundido al ver las nubes encapotando el cielo primaveral, y he decidido no volver al Retiro a retirarme del todo. He decidido no madrugar; pese al frío y la humedad, me he quedado en la cama mirando el techo, repasando una tras otra las diminutas manchas en su blanco inmaculado: dieciocho años viéndolas sin saberlas encontrar, como si cada noche se revolvieran traviesas en su mundo particular. Si cierro los ojos, te veo sacándome descaradamente la lengua, apoyado en una esquina de mi cama, con los brazos cruzados y las pupilas muy negras detrás de las gafas.

Pero al abrirlos, y descubrir que mi torpe vista me ha vuelto a engañar: cómo me fastidia ser miope, -lo que no veo me lo tengo que inventar-.

Y otra vez me encuentro en las mismas, sin ningún plan mejor que sentarme a escribir, de corridilla, sandeces incomprensibles que a nadie puedan importar. Llevo ya toda la mañana garabateando bosquejos invisibles en una libreta, simplemente por el hecho de que no puedo parar. No estaría nada mal guardar todo este flujo de palabras desordenadas en una caja de zapatos, -o en cualquier otro lugar-, para destaparla cuando me siente a escribir y no que quede imaginación que derrochar. Incluso, tal vez, sería un buen momento para comenzar esa primera novela, el gran reto que tanto tiempo llevo queriendo emprender y me da miedo siquiera intentar.

Tanto leer a mi adorado Marsé me está empezado a trastornar: leo Caligrafía de los sueños y me hace sonreír, imaginando al Matarratas matando a ratos el tedio y la soledad, recreando a Ringo y sus aventis, al grupo de niños del Carmelo y del Guinardó con sus interminables historias precoces llenas de ingenio y ferocidad, y me siento a jugar con ellos, a recrear su macabra existencia, su vida mísera entre escombros y sueños, todo entremezclado, en perfecta hermandad.

Voy a curarme leyendo; voy a tumbarme en el sofá, -que ya duelen la espalda y el cuello de tanto teclear-, y hasta mañana si Dios quiere. -Que no sé yo si querrá...




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