sábado, 26 de marzo de 2011

La lumbre de mis desvelos



Pues bien, para confirmar mi locura, -y también por ciertas creencias algo estrambóticas que rozan los rituales paganos, -escribo en estos momentos de soledad a la luz de las velas, sumida en la completa oscuridad, engullida por las sombras e inspirada por su voz temblorosa. Vista así, la vida tiene una tonalidad diferente.

A mi derecha, una pequeña vela blanca, cuya llama minúscula y firme se mantiene impasible mientras la miro, diminuta y azulada, como mi esperanza.
Apenas le queda ya olor, ni luz, ni nada.

A mi izquierda, -por casualidad, no por ideología, aunque bien podría ser, -una vela roja, grande, poderosa, que exhibe con orgullo una enorme llama entre amarilla y escarlata, que chisporrotea, que tiembla incontrolablemente durante unos segundos como si alguien invisible la soplara, -que espero que no, pues a esta velada no han sido invocados espíritus de ningún tipo: hasta la medianoche esas cosas no son aptas, -y no puedo evitar sonreírme al pensar de esa eterna luz tan brillante es símbolo de la pasión que me embriaga, y sé que puedo jugar con ella, provocarla, darle aire, acariciarla con la punta de los dedos, que no se rendirá sin más, que no osará apagarse. Me da miedo tocarla durante un minuto seguido y abrasarme, pero su fuerza es tal, su magnetismo es tan intenso, que es dejar de verla y echarla de menos.

Estoy como una regadera, pero me importa más bien poco.
La cera se derrama despacio, y mis palabras se adhieren a su ritmo sagrado.

"..Tengo vacías las manos, no sé lo que me pasa, estoy poseída, -que no sea por el diablo, que ya solo eso me faltaba-, y aunque estoy sentada, me siento flotando, levitando...
O delirando quizás. Será más bien esto último, porque emprender el vuelo sola me da miedo, porque sé que ahora no soy capaz de rozar el cielo; ya no. Que mis dedos arden por alcanzar las nubes, por recuperar los recuerdos. -Y es que, claro, el tequila nubló mi memoria: nuestros esporádicos encuentros, la risa edulcorada, los aditivos de tu aliento, mis palabras y las tuyas, nuestros bailes, -casi profesionales, -y el imaginario de los besos.

De vez en cuando voy recuperando sus ecos: un deseo no formulado, un intercambio de miradas, un -perdóname-, y la distancia de por medio; el cosquilleo impertinente detrás de los oídos,
el lenguaje de los silencios, y el pestañeo incansable que te hizo echarme de menos.
Creo que hablé demasiado, que recité unos versos improvisados cuando íbamos caminando, que soñé, -o que soñamos más bien-, con ser simples enamorados, dos personajes de cuento ficcionalmente extraordinarios."
La vela blanca se ha apagado inexplicablemente. Todo ha terminado. La inspiración se marcha, y ya no me siento con ánimo. Dejaré que la única vela que me ilumina se consuma despacio.
Hoy mi pensamiento es incendiario. Y mi cuerpo, este cuerpo desorientado, no sé dónde lo he dejado olvidado. -Le concederé un tregua solo por esta noche; así seré un simple espíritu desahuciado-.

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