lunes, 21 de marzo de 2011

Maldita enana


Será que tus ojos risueños son lo primero que veo cada día al despertarme, o será que lo último que escucho antes de naufragar en el laberinto de mis sueños es la nota débil de tu aguda vocecilla, susurrando "buenas noches, que duermas bien..." O será que ya no concibo mi vida sin tu sonrisa pícara siempre a punto en los labios, sin tu retahíla de chistes malísimos, sin tus comentarios ingeniosos de improviso, sin tu constante alegría de vivir.

Será por todo eso, -y mucho más-, pero lo cierto es que a veces recibo de buena gana esos abrazos tuyos tan empalagosos, acompañados de un beso húmedo y sonoro en la mejilla. Recuerdo que hasta hace no mucho, me preguntabas, con la duda pintada en tus pupilas centelleantes, si podías darme un beso pequeñito como premio victorioso ante alguna apuesta,

-sólo tú eras capaz de pedirme algo tan altruísta y sencillo a cambio, un gesto de ternura tal que haría estremecer a la más insensible de las criaturas-.

Tampoco olvidaré nunca esa forma tan peculiar de reconciliarte conmigo cuando estábamos enfadadas. Para empezar, no te quedaba muy claro el concepto de "perdonar" o "pedir perdón", y por eso, con toda la inocencia del mundo, me decías un simple: -te perdono, Gemita-, cuando en realidad tendrías que haberme preguntado: -¿Me perdonas, por favor?

A mí me entraba siempre la risa, y terminaba propinándote una cachete cariñoso en tu trasero respingón, envidiable, casi burlón.

En otras tantas ocasiones, te limitabas a permanecer callada durante mucho tiempo a escondidas, mirándome de reojo, y aprovechabas una leve distracción por mi parte para deslizar un dibujito trazado muy rápidamente, acompañado de inconexas frases de disculpa y corazoncitos por doquier. -Era imposible estar enfadada contigo tras aquello, bien lo sabes...

Ahora, años más tarde, te miro de frente tecleando en el ordenador, y me pregunto en silencio qué habrá sido de aquella niña inocente, arrolladora como un terremoto, frágil como las olas del mar. Me lo pregunto sin cesar, y sólo cabe la posibilidad de que hayan raptado a mi verdadera hermana una noche cualquiera, dejándome otra en su lugar.

No, definitivamente, esa cría que se pinta las uñas por debajo de la mesa -procurando que no la descubra mi madre-; esa desconocida que se encierra en el baño durante horas canturreando las canciones de moda que tanto detesto; esa niña de belleza transparente, que me mira y no se lanza enseguida a mis brazos para darme un beso, esa niña, esa niña de casi trece años... no es mi hermana.

*****


-Queridísima extraña, ¿podrías darme un masajito en la espalda? - Ay, ay, que me duele mucho anda, porfa... no seas mala.


-Pues te jodes, pringada.

1 comentario:

  1. No te preocupes mujer... a mi lo mismo me pasa con mi primo de 14 años... se añora la inocente sonrisa que antes llevaba impuesta en los labios... pero es pasajero...
    y no es que ya no te quiera,
    es que le da vergüenza reconocerlo. =)

    ResponderEliminar