domingo, 23 de enero de 2011

Lecciones de vida: La espera

Hace tanto frío que me duele escribir. No siento las manos, ni siquiera la punta de los dedos. Pero escribo a pesar de todo, porque no deseo que mis palabras se las lleve el viento.
Tras mucho errar entre los elegantes árboles desnudos, tras muchos pasos perdidos y encontrados, he vuelto a llegar al mismo lugar de antes, donde esperaba encontrarte, aún sabiendo que no vendrías. Desde luego, no estaba sola. Allí, entre la multitud de parejas con niños ruidosos y alegres, entre los paseantes distraídos y los entusiasmados turistas, estabas de alguna forma tú.
Como si alguien me observara desde detrás de una cámara, he tomado asiento en los escalones, muy cerca del borde del lago, para que mis ojos se mezclasen con la profundidad de sus aguas turbulentas. Frente a mí, la orgullosa e impasible fuente emergía con el mismo ímpetu de siempre, hacia arriba, muy arriba, hasta tocar el cielo y hacerle cosquillas. Y mientras tanto, yo y mi soledad sentadas a la sombra del palacio de cristal, con la mirada taciturna buscando un rostro conocido.
Esperando, todavía.
Posiblemente, los minutos tictaquean en mi viejo reloj, pero no soy capaz de oírlos. Muy cerca, un solitario músico arranca acordes tristes de una meláncolica guitarra, y no puedo evitar que se me llenen los ojos de lágrimas al sentir como cada nota que se escapa de sus cuerdas penetra muy lentamente en mi corazón.
De repente escucho un chasquido, y multitud de palomas sobrevuelan mi cabeza, hasta posarse a mi alrededor, curiosas e impacientes, picoteando aquí y allá. Me pregunto si podrán sentir algo, además del hambre y la sed, de la necesidad de sobrevivir. -A veces también las personas somos un poco palomas, y vivimos por vivir, sin ilusiones-.
Segundos más tarde, un grupo de niños acude a espantarlas estrepitosamente, y todas emprenden el vuelo de nuevo, excepto una. Es la única paloma blanca entre todas, que ajena a las demás, se detiene frente a mí y me sostiene la mirada durante un breve instante. -Quizás sabe lo que estoy pensando, quizás puede comprenderme...-
Ese milagro me emociona, y sólo yo soy testigo de su belleza cuando extiende sus alas vaporosas y sobrevuela el estanque casi rozando el agua. Es hermosa, sin ser consciente de ello.
La melodía ahora ha adquirido un ritmo nuevo. Emana un alegre sonsonete que me recuerda a la música francesa. Tengo la certeza de que soy observada.
Quizás no estás tan lejos. Quizás incluso has captado ese instante de mi vida en una fotografía sin que yo lo sepa. Todo es posible en este mundo de locos disfrazados.
A veces pienso que yo también debo de estar algo loca, sentada aquí con este frío, convertida en una silenciosa estatua de hielo: el largo abrigo negro extendido sobre los escalones, las piernas levemente recogidas, una mano enguantada posada sobre la barbilla, la otra empuñando un bolígrafo, que de vez en cuando me llevo a los labios y mordisqueo, con cierta impaciencia. Los pies ateridos enfundados en las desgastadas botas, las rodillas temblorosas, los vaqueros pegados a los muslos, el grueso jersey abrazando mi cuerpo solitario. Los cabellos castaños que escapan rebeldes de una gorra marrón con vuelo, cuya visera protege mis ojos, a duras penas, y cubre la rojez antojadiza de mis orejas. De vez en cuando, se me escapa una reflexión absurda de los labios agrietados, que pronuncio en voz alta, con voz queda. La música es ya una dulce nana que me acuna, y querría permanecer allí para siempre. La espera se hace eterna.
Los rayos de sol colorean mis mejillas, y el aire gélido me embriaga. No puedo dejar de sonreír.
Entonces me gustaría no estar sola, sino disfrutar de la experiencia junto a alguien que me quiera. Pienso en esa persona especial, y su imagen acude a mí, sus brazos me rodean, me dan calor... me dan vida. Deseo más que nunca oír su voz. -Tendré que esperar hasta mañana.
Por fin puedo levantarme, la escarcha que me rodea se derrite, y vuelvo a emprender mi camino, a perderme en la soledad del Retiro, de su armonía y sus desequilibrios.
Hace frío, demasiado frío, pero en mi interior arde sin tregua la llama de la esperanza.
Tanto buscarte, para terminar encontrándome a mí misma...

2 comentarios:

  1. ¿Quién es ese "tú", Gema?
    Yo diría que es una tal Gema Baños Palacios...

    ... y lo que nos hace eternos y que nosotros mismo seamos el fin último de nuestra felicidad no está tan lejos, sino en el punto exacto entre la Naturaleza Panteísta y nuestra vida.

    "Por todas partes te busco
    sin encontrarte jamás
    y por todas partes te encuentro
    sólo pot irte a buscar."

    Antonio Machado

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  2. A mí me resulta mucho más atractivo que el "tú" fuera real, de carne y hueso; es decir, el descenso de los sueños y la imaginación a la realidad, que siempre, siempre, siempre supera a todo lo demás.

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