Los primeros síntomas de la enfermedad en Yasmín se anuncian desde
esa niña fantasmagórica de la portada, que nos deja casi sin respiración. Es
ella misma, saliendo de su propio cuerpo, huyendo de la extrañeza que a veces
supone estar encerrado dentro de una urna de órganos y pieles.
El cuerpo. En este poemario de Yasmín tiene una gran importancia
todo aquello que procede del cuerpo, los instintos y las pulsiones primitivas.
Constantemente desfilan en los versos el hambre, el deseo, la rabia, la
crueldad, la ternura…
Y es que aproximarse a la enfermedad quiere decir adentrarse en
una de las cosas que más tememos: el descontrol y el caos, el malestar y la
fiebre. La enfermedad no es algo deseado. La enfermedad es algo que nos
confirma lo frágiles que somos en realidad, lo efímero de la existencia y la
posibilidad de la muerte. En El beneficio
de la enfermedad, la poeta alude a enfermedades asociadas comúnmente a las
mujeres en la adolescencia, como son la bulimia o la anorexia, pero también se
enfrenta a la vejez prematura, la viudez y a la maternidad, que tiene una cara
amable (excitante incluso) y una cara
oscura, que entraña el hecho de dar a luz a un ser que va creciendo poco a poco
en las entrañas, y que llega a convertirse en parte de ti, y no querer salir.
¡Quién no ha deseado ser un feto para siempre! (Pienso aquí en el feto parlante de Marsé en Rabos de lagartija. Un buen lugar de
enunciación…)
Por tanto,
nos encontramos en este libro con una doble faceta de la enfermedad: el rechazo
y al mismo tiempo, una verdadera adicción por ella: Cómo pude enfermar estando contigo/ el cuerpo enfermo se convierte en
un monstruo ávido. Hay una prolongación del cuerpo a la realidad, de modo
que el cuerpo también se convierte en casa, una casa no siempre apacible,
habitable. Uno de los motivos repetidos constantemente es el perpetuo
nomadismo, el hecho de no tener un hogar (no hay hogar es lo mismo que decir
que cualquier sitio es el hogar).
También es relevante esa condición de orfandad escogida que se presenta
en poemas como “Muerte al padre”, que rezuma amor y extrañeza a partes iguales,
o en el verso como si yo fuera mi propia
madre, un feto abierto de mí. Por supuesto, la creación, el acto creador
mediante la escritura es concebido como parto, como un proceso físico,
visceral.
¿Qué nos
provocan estos versos? A veces, pueden rozar el desagrado. Pero otras, en la
mayoría de las ocasiones, la belleza y el horror se conjugan de tal manera que
el resultado es plenamente estético y rotundamente literario. La enfermedad más
grave en este libro es la de la letra, tema que repite obsesivamente: Si he de morir, que muera de esto. / Sé
que moriré de mí misma. Esta poética que nace en el desgarramiento, le
lleva a escribir versos tan estremecedores como: Quien está llamado al abismo lo estará siempre. Eso se sabe./ Y volverá
a caer. Una/ y otra vez. ¿Una poética del abismo? ¿Un coqueteo descarado
con la muerte? En la poeta no hay miedo, no hay elección. Elementos escatológicos
acentúan el vértigo; en este libro hay gran profusión de los líquidos: semen,
papillas y sangre, bastante sangre, o verbos como mearse y regurgitar, de gran
sugerencia. Por supuesto, abundan los
tecnicismos, manejados hábilmente: etología, ontología, movimiento
microsacádicos… Todo este léxico, combinado con palabras más amables y dulces -no
nos olvidemos, por favor, de ese poema, tan pizarnikiano por otra parte-:
Despertar en un campo de lilas,
No despertar nunca del todo, ser
Un campo de lilas.
Ser la planta y su esqueleto
Y la lluvia y la lágrima y el
Campo de lilas.
Eso
Fue lo que me pasó.
Todo este conjunto de elementos, digo, son un reflejo y una
pequeña muestra de la vida, y especialmente, de aquello que duele y a lo que
tememos pero que, al mismo tiempo, nos hace falta, porque forma parte de
nosotros. Estar enfermo es que se preocupen por ti, es ser cuidado y devuelto
por unos instantes a la infancia, a la bondad. ¿Es un crimen fingirse enfermo?
¿Es un crimen ponerlo por escrito?
Creo que no.
Este librito es una parábola, una exploración del hombre y un
acercamiento a las pasiones que nos definen como seres humanos.
La escritura como necesidad febril para decir lo que no hay, para
pronunciar el silencio:
Callar mucho tiempo es otra forma de ayuno
No abrir la boca para vaciarse hasta el fondo.
***
Concentré tanto mi pasado en una luz
Cuando no tenía pasado
He escrito tanto sobre la enfermedad
Para no estarlo.
Lean a Yasmín. Súfranla.
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