Querido diario:
Ayer releí la novela de Munir, Los pistoleros del eclipse, esa en la
que tanto pistoleros como eclipses brillan por su ausencia. Eso no debiera
extrañarnos, porque el autor, archiconocido por su fama de cuentista, no va a
ser más facilón en este relato largo o novela corta. ¿No te he leído nada suyo?
¿En serio? Pues para que te hagas una idea: los cuentos de Munir son un mejunje
de mentirijillas del tamaño de las obras completas de Borges y verdades
disfrazadas de sueño. Se nota que Munir escribe pese a Bolaño. Ahora sí, sigo
con lo que te estaba contando. Durante la segunda lectura de la obrita en cuestión
(todo lo que escribe este sujeto es necesario leerlo como mínimo, un par de
veces, al igual que las ficciones del argentino ciego antes mencionado) he
sentido cosas por dentro que la primera
vez no pude reconocer. Supongo que influyó el hecho de que estaba en una granja
de camellos y alpacas en medio de la campiña francesa, o lo que es lo mismo, en
un agujerito del vientre redondo del mundo.
Perdona mis digresiones, diario, ya
sabes que siempre hablo más de la cuenta (y digo esto mientras sostengo el gajo
de una naranja a escasos centímetros de mi boca). Creo que una de las claves de
la obra es la advertencia que Munir (o el negro de Munir) hace al lector: “Todo
parecido con la coincidencia es mera realidad”. Y sé que el autor nos está
diciendo la verdad; aunque sí, ya sé que todos los escritores son unos
mentirosos, ya lo sé, pero yo he entrado en un farmacity (los que no sepáis
lo que es, ya tenéis un buen motivo para leer el libro) y os puedo dar mi
palabra de escritora de que no son un producto de la hiperrealidad. Existen.
Buenos Aires está plagada de ellos. Y Buenos Aires o México DF son lugares por
los cuales bien podría moverse Munir. Ya sabes, diario, que yo le conocí justo
antes de partir para allá, y siempre me lo imaginé tomando mate en todas las
esquinas… Pero volvamos al libro.
Vodafone sol. ¿No os gusta? Leed el
libro.
Vale, vale, voy a intentar ser un
poquito más crítica. Pero no mucho, que luego me salen arrugas en el entrecejo.
Me abstendré de hablar de las relaciones entre poesía y droga en Los pistoleros del eclipse.
Primeramente, porque no soy ninguna experta en la materia y podría escribir
cualquier tontería, y en segundo lugar, porque no creo que eso sea lo más
importante. Todos sabemos, en mayor o menor medida, que subirse a recitar es un
palo, que acojona, vamos a decirlo claramente, así que es bastante común que
aquel que se pone delante del micro, se haya “puesto” previamente, ingiriendo
otras sustancias, o una mezcla explosiva de ellas. No les juzgo. Munir tampoco,
pero en Los pistoleros no cuenta más
que lo que hay. Pueden verificar estos datos en cualquier jam session semanal
de poesía. Y punto.
¿A que no adivinas algo increíble?
En el libro, Munir dialoga con un diario. ¡Como tú y yo! ¿No me crees? Pues te
lo digo totalmente en serio. En realidad, yo creo que el boludo finge que va
escribiendo en un diario todas las historias que le salen de la cabeza (porque
la tiene bastante grandota, ahí caben muchas, muchísimas historias) como la del
ciempiés o la del hombre que creía que al otro lado de la montaña vivía un
hombre idéntico a él pero que no era él. O sí. Nunca lo sabremos.
Probablemente, Munir tampoco. Pero tal vez Munir esté engañándonos. Tal vez el
hilo conductor de la novela, ese jersey azul bárbaro y mágico, sea solo un
engañabobos producto de la mente de un escritor genial. No lo sé. No me
importa.
El caso es que G se marchó. Y lo de
la Italiana, ojalá no sea verdad porque si no…
Otros dos detalles más sobre el
libro que me han fascinado. Uno: ¿cómo puede intentar hacernos creer que existe
una azotea maravillosa en la cima de un Corte Inglés a la que se puede acceder
sin pagar? Y dos: a estas alturas de la noche, Munir debe saber que estoy
escribiendo esto, pero no revelaré de
qué manera puede prever lo que todavía no ha sucedido. Me gustaría adelantarme
a su innata capacidad para imaginar lo que vendrá, pero no sé si puedo hacerlo.
De modo que, repito, no revelaré este secreto ni ningún otro, porque él lo
cuenta mucho mejor que yo, él ha nacido para escribir esta novela, este libro
desquiciante, este libro abismal.
Lo siento, diario, querría seguir
escribiendo pero tengo mucho sueño. Te voy a prestar a un amigo, a ver qué te
dice. Pero no vale hacer comparaciones. Ni que te guste más su letra. Pórtate
bien. Tal vez algún día seas tú quien le susurre cosas a un gran escritor.
Así… Muy bien…Eso es.
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