domingo, 9 de marzo de 2014

Catálogo del dolor


I

Aullidos de dolor en una cama extraña. Aquel dolor voraz: dolor comiéndome por dentro con grandes dentelladas. Yo no sabía cómo pararlo. No sabía si quería pararlo. En apenas unas horas yo tomaría las riendas de mi vida y partiría a un exilio obligado, íntegro. Tú no ibas a acompañarme. 
Las últimas horas iban cayendo pesadamente sobre mi estómago. Me ardía el reloj en la muñeca, en las sienes. La cocina, juegos de cartas, llanto silencioso. Por fin solos en lo oscuro. Quédate a dormir conmigo, por favor. La súplica, los ojos temblequantes. La ropa y el olor. Líquidos. Llanto estremecido. Hipo. 
Ausencia. Todo ausencia.
Despertar gélido. Yo supe del tiempo agotado entonces. Tantas palabras se me quedaron por decir. Te busco. Estás viendo un documental sobre animales, muy concentrado, con el volumen al mínimo. Tu hermano duerme en la cama de al lado. Me callo por instinto. El motor del coche me adormece. Suena Charly de fondo. Junto a tu cama he dejado colgados los elefantes. Sé que cada vez que los oigas me recordarás. 
La espera. El autobús que no termina de llegar nunca y el abrazo roto, desmantelado, el abrazo de los que ya no se saben querer. Ahí llega. No me enseñaron a despedirme de alguien para siempre. Así que no sé. Me dejo llevar, busco tus labios con los míos. No están. No hay nada. 4 de enero de 2013.

Mi asiento está en el otro lado del autobús. Duermo sin tener sueños. Nunca más tus ojos verdes.


II

Aullidos de dolor en un portal familiar. Número 76. La noche es fría aunque otros digan lo contrario. Domingo. Me entretengo mirando los letreros de la frutería. Está barato el kilo de patatas, baratos los plátanos y las lechugas. Me sé muy lechuga verde y arrugadita. No tiemblo por fuera sino por dentro. Un libro me arde entre las manos, un libro que ya no es mío, ahora es solo papel impreso y regueros de tinta. 
La puerta se abre y apareces tú. Ay. Me clavas las pupilas seriamente. No recuerdo qué dije o qué hice. Tal vez te di el abrazo que pensé, tal vez no. Eras hielo. Tengo algo malo que decirte, pero seguro que ya te lo imaginas. No, no, negación mental. Dime. He vuelto con ella. 
Una reacción corporal. Furia de buzo ciego nerudiana. Dolor inmenso, punzante. Grito desgarrador y lágrimas, ganas de correr o de dejarse pisotear. Caída. Suelo frío. Balbuceantes porqués sin respuesta. Miedo, mucho miedo de mí misma. Podría hacer casi cualquier cosa.
Te quiero. He venido para decirte que te quiero. 
Te acompaño hasta la parada del autobús. No fue lo suficientemente grande. Era feliz al despertar por la mañana, pero lloraba todas las noches. Sonrío amargamente al recordar una escena similar.
Sé feliz.

Un viaje de apenas media hora. Cerrar los ojos. 22 de diciembre de 2013. Desde la ventanilla me miran otros ojos, igualmente azules.

III

Aullidos de dolor traducidos en letra. Un dolor necesario, consolador, salvaje. Un dolor café me mantiene despierta. Un no poder visualizar tus ojos marrones. Maltrátame, criatura. 
Esta despedida que no se acaba nunca es la más cruel de todas. Sí.
Recibo tu silencio en silencio. Reverbera como un grito de locos. Estoy loca. Deseo un silencio que no tenga tu piel ni te anuncie con fiebres. Dime: por qué te desnudo cada noche y beso cada pedazo del alma. Por qué me desnudo cada noche y araño cada resquicio de nosotros. 
Quiero que me salgan canas. Quiero tener arrugas. Quiero el dolor físico, un dolor que me haga gemir como una puta o como una escritora frustrada.

No dices. No puedes salvarme.

Morir no tiene fecha: es hoy y mañana y pasado mañana. 


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