martes, 17 de abril de 2012

Pellizcos al olvido o mis muertes consecutivas


¿Ella?
(No la anuncian. No llegán aún.)
(Rubén Darío)

Tan sólo nombres, nombres masculinos


garabateados en un papel cualquiera,


blanco, cuadriculado y arrancado


de cuajo


 puede que


sobreviviéndome


o tal vez sobreviviéndonos, a ellos o a mí:


de ningún modo a ambos.


No sé quiénes sois, nombres de voz ronca


y fauces abiertas,


no sé si seréis con los años los mismos


niños y adolescentes


 y adultos y ancianos


no sé si voy a recordaros en vuestros labios


o en la cobardía por no estar


 ni aquí ni ahora


leyendo vuestras iniciales con ojos trémulos,


truculentos o tranquilizantes.


No es triste y sin embargo es ácido


olvidar las palabras gongorinas


de Javier


 en pleno vuelo


volver a los ojos de Diego


aterrizando


                en la pista equivocada,


como la ciudad de Carlos,


 y sus tangos


invisibles, a los ojos de un niño de diecinueve,


Fernando, pequeño ópalo crecido,


mirada de lobo penetrante,


Quique nunca dejó de ser mi mejor


amigo en el recreo,


de verdad,


y jugábamos por aquel entonces


a imaginar lo prohibido;


recrearte, Alex,


sueño de una noche de verano,


rosa blanca, mar y cielo, tormento


 en las dudas con Juan y sus camisas


 de botones saltarines


y su pasión medida, como desmedida fue la de


Sergio con sus versos voraces de vete pero


                vuelve pronto, y tarde o temprano


esto va a terminarse y la lista dejará de tener


 nombres propios


o los propios nombres comenzarán a repetirse uno


detrás de otro, sin fin, cansados


 de sí mismos y del olvido


al que se ven condenados.


Porque olvidamos


 sí, olvidamos


 de golpe y porrazo cuando


aparece una luz más blanca y menos pura,


olvidamos


porque no queda más remedio,


                porque alguien se dedica


 a borrar nuestras vidas


cuando nos quedamos dormidos.


Este traficante de sueños es bien conocido


 por todos


los hombres por todos


los pueblos y todas las razas,


esta traficante sinuosa que no deja huella


tiene tantos nombres imposibles que no seré


yo quien desvele su no apellido


en múltiples lenguas.


Tan sólo diré


que huele a nardos, sabe a hielo y


                viste de luto aunque brinde con champán


en las noches de nuestros


futuros y sucesivos entierros.



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