domingo, 19 de junio de 2011

La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada



La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada, tal es el título con el que Gabriel García Márquez inaugura un auténtico universo literario donde los elementos fantásticos, míticos y legendarios se combinan perfectamente para dar lugar a una visión genuina americana, la del Realismo mágico.
Las letras hispanoamericanas nacieron en el siglo XV, concretamente gracias al descubrimiento de Cristóbal Colón, primer cronista de Indias, que narra desde su experiencia personal la descripción de estas tierras desconocidas, proyectando todas sus expectativas idílicas. Por tanto, queda atestiguado que ya desde un comienzo «América se ha visto más con la imaginación que con los ojos».
El mismo Carpentier, en su prólogo a El reino de este mundo, hace un llamamiento al novelista americano, que ha de convertirse en el nuevo cronista de Indias, un cronista alejado de los testimonios de los visionarios, que no hicieron un esfuerzo real por conocer el Nuevo Mundo de primera mano, sino que se dejaron llevar por las directrices del pensamiento europeo. El continente americano deja de ser un lugar extraño para convertirse en el Paraíso, y el indígena encarnará el ideal del “buen salvaje” descrito por Colón, que haciendo gala de su generosidad, recibirá el adoctrinamiento religioso consabido. De este modo, no es posible ignorar la violencia ejercida por el colonizador, la violencia, por tanto, del origen americano. El Realismo mágico es sin duda una vuelta al pasado, un retorno a la visión primitiva y legendaria.
Podemos decir, que el Realismo mágico es la mitología de América. Así, en el relato de la cándida Eréndira, las resonancias míticas son remarcables. En primer lugar, todo nos lleva a pensar que los nombres de los personajes no son fruto de la casualidad. La protagonista, Eréndira, hereda el nombre de una legendaria princesa de la nobleza tarasca del siglo XVI, época en la que los españoles llegaron a Michoacán, en México. Su figura, desafortunadamente desconocida, fue la de una valiente guerrera que combatió a los conquistadores. Tampoco podemos olvidar que la inocencia de Ulises, «no solo le cambia el humor, sino también la índole», lo que se traduce en el nombre con el que el joven bautiza a su amada: “Arídnere”. No hace falta ir muy lejos para descubrir la similitud de este con “Ariadna”, protagonista femenina de una de las leyendas de la mitología griega más conocidas, la de Teseo y el minotauro.
Tampoco es gratuita la aparición de los Amadises en este singular relato. Con esta presencia queda demostrado que «los libros de caballería se escribieron en Europa pero se vivieron en América». Todos los personajes profesan cierta admiración sagrada por este antepasado, mentado por la abuela incluso como Amadís el grande.
Si acudimos al personaje de Ulises, la referencia mítica es aún más evidente. El mismo autor lo describe como «adolescente dorado de ojos marítimos»4. Esta alusión nos recuerda al navegante que emprende un viaje fantástico a través de los mares, narrado por Homero en su famosa Odisea. Por lo tanto, algo que no podemos olvidar es que la historia trazada por Gabriel García Márquez es la de una larga travesía por el desierto, un verdadero éxodo que a Eréndira se le antojará interminable (a pesar de estar fechado el momento en que terminará de saldar su deuda con la abuela) y, que además, le lleva a proyectar sus esperanzas más allá del mar, como si este último fuera un símbolo de libertad.
Esta evocación del éxodo no es la única referencia bíblica que encontramos en el relato. Algunos detalles sorprendentes irán descubriendo continuas conexiones con el que ha sido durante varios siglos el máximo argumento de autoridad, ya que no fueron pocos los visionarios que contemplaron América como si se tratase del verdadero Paraíso terrenal. De este modo, se encadenan sin cesar una serie tras otra de milagros que no deberían despreciarse: recordemos cómo Ulises roba el fruto prohibido, en este caso, la naranja, que guarda celosamente en su interior un diamante, que no solo es un objeto perfecto para el contrabando, sino que simboliza la promesa de riquezas para los jóvenes enamorados.
También somos testigos de la fuerza excepcional que tiene el sentimiento del amor para Ulises, pues adquiere incluso la capacidad de cambiar de color los objetos de vidrio, ese vidrio molido que dice tener Eréndira en los huesos. Sin embargo, antes de partir, el padre de Ulises le anuncia que pesa sobre él una maldición, similar a la fatalidad que persigue a Eréndira, de la que solo logrará librarse al final de la historia, venciendo por fin al viento de la desgracia, saliendo de la cárcel en la que ha vivido toda la vida enjaulada, y llevando consigo el chaleco de oro que había pertenecido a su abuela.
He aquí otro elemento que nos remite al mito americano: la búsqueda de oro. A saber, una de las leyendas más conocidas es la de El Dorado, mucho más que una fábula a los ojos europeos, ya que fueron numerosos los exploradores que recorrieron América del Sur de un extremo a otro en pos de este reclamo. En La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada, el personaje de la abuela refleja este ansia por alcanzar la riqueza por encima de todo, el materialismo exacerbado, minucioso y egoísta, que no es sino una metáfora de los países que a lo largo de la historia han esclavizado a América, bajo el yugo del interés económico más tirano.
Eréndira es, a todas luces, el silencio al que se han visto sometidas las voces de los americanos: del indígena primitivo al que se le impuso por la fuerza una cultura que no era la suya, del criollo que en busca de la independencia protagonizó violentas insurrecciones, de los escritores ilustrados como Andrés Bello y de los románticos, como Echeverría; de todos aquellos que son y han sido herederos de la gran pregunta acerca de la identidad, que tantas veces ha tratado de solventarse intentando hallar la expresión propia en el terreno literario. Gabriel García Márquez no disfraza la verdad, solo la refleja en los ojos cándidos de una niña huérfana de catorce años.

2 comentarios:

  1. Interesante reflexión respecto, de la mirada americanizante de García Márquez. Me recordó tanto Cien años de soledad y su postura bíblica en esta América que se hizo a base de las leyendas ,creencias y tradiciones.Gracias por el aporte.

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