miércoles, 2 de febrero de 2011

Pintando la realidad

El metro se ha parado a medio camino esta mañana; y yo con los desdenes de febrero atravesados en la garganta.
Si fuera retratista, pintaría cada nuevo día un óleo diferente, mezclando los colores en esa paleta inabarcable y sorprendente que es nuestra imaginación; pero como desafortunadamente el don de la pintura lo heredó mayoritariamente mi hermana, me limito a dibujar mentalmente la tonalidad de las vidas ajenas, sus brillos e imperfecciones. Disimulando mi condición de usurpadora sentimental en medio de un vagón abarrotado de gente, -en el cual he conseguido hacerme un huequito digno tosiendo un poco con aire enfermo- me confundo entre los viandantes, y comienzo a perfilar el retrato de una señora cualquiera, que apoyada en la barandilla más cercana, parece un trazo grueso de una brocha algo estropeada. A su lado, una niña con las mejillas carmín de granza me devuelve una sonrisa torpe y cansada, pero no por ello menos exultante. Frente a mí, dos ojos verde esmeralda yacen entrecerrados bajo unas gafas redondas, y cada vez que se abren, lo hacen como si fuera la primera y única vez. Sentado codo con codo, se halla un hombre difuso, con la cobarta amarillo cadmio bailando en su pecho, único foco de luminosidad en su oscura figura. Contrastes, contrastes... Y no muy lejos, el azul cobalto de un abrigo me recuerda los cuadros antiguos de mi madre, -furiosos paisajes que gritan en silencio, oleajes durante una tempestad donde se funden azul ultramar y violentos morados, abstractos túneles que parecen no tener fin, caprichos surrealistas donde se adivinan imágenes mitólogicas, retratos inquietos en sepia o carboncillo, y románticos paisajes impresionistas, mis favoritos, donde todo puede suceder.
Por fin, el banboleante metro -de la línea seis, indudablemente-, se detiene, y las puertas del vagón ceden con asombrosa lentitud. Los límites de mi cuadro se pierden, inevitablemente, y sin perder más tiempo, guardo los pinceles y me zambullo de lleno en la obra de arte inacabada: ese magistral retrato que es la vida, y que cada nuevo día me abruma con la intensidad de sus tonalidades.

2 comentarios:

  1. No tendrás el don de la pintura, pero ya sabes que con las palabras se puede pintar, construir, destruir, matar, resucitar, cantar, esculpir e incluso escupir.
    Perderme en tus palabras da gusto, porque en realidad, nunca me pierdo, y siempre me llevas de la mano hasta un punto final bien definido.
    :)

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