sábado, 19 de enero de 2013

Balada para un loco obligado a ser cuerdo


Las tardecitas de Madrid tienen ese sí sé yo, ¿no crees? Sales de tu casa, por Antón Martín, o Prosperidad, o Argüelles, tampoco importa dónde. Es lo de tantas veces: en la calle y en ti...
Cuando de repente, me aparezco yo. Sí, yo: mezcla rara de frustrada tanguera y sangre española en peligroso equilibrio. La gorra de medio lado, chulería porteño-madrileña. La actitud de siempre: cabeza alta y ojos entrecerrados, frío y calor intermitente, pañuelos y guantes y pensamientos de colores. 
Melodías argentinas marcando el ritmo. Incapaz de perderse y de perderme, me obligas a caminar y a

recordar: del latín recordis, volver a pasar por el corazón
(E. Galeano)

"como aquella vez que caminamos hasta la Plaza Mayor, ¿verdad? Era el día de tu cumpleaños. Bebimos mate, que por aquel entonces aún me sabía amargo, y comimos naranjas y un par de porciones de chocolate nestlé que se había comprado Gonzalo antes de que cruzásemos a través de unos encapuchados con un cristo sobre los hombros. Muy bizarro. Y eso; caminamos muchísimo, creo que me duelen los pies desde entonces, en serio, y Madrid ... ahh, Madrid era la ciudad más inmensa que había visto en la vida, claro que todavía no conocía Buenos Ayres, qué ingenua, donde el miedo, la pasión 
                                                                                                              y las calles tenían otros nombres.  
 A diez cuadras de Rivadavia comenzaba la pampa. 
Se creía en la existencia del amor.
 Las muchachas usaban magníficas trenzas,
 y ni por sueño se hubieran pintado los labios
(R. Arlt)

o capaz que sí. En realidad, podría ser que mis verdaderos padres (o los padres que yo creo que son mis padres) fuesen argentinos, y desde niña, mis pies se hubiesen familiarizado con las aceras mal asfaltadas de san Telmo al cruzar Independencia hacia Parque Lezama, las luces de neón de los boliches, las paradas del 29 o el 141, en encrucijada, y por supuesto, los siete locos de Arlt y las lindísimas plazas borgianas con el típico pibe del gorro y la guitarra criolla cantando el tema de "flaca", puro sentimentalismo y lagrimones. En fin, qué sé yo..."
No me tomes por loca, carajo. Es un ejercicio entretenido y bastante coherente el de ponerse a recordar cuál fue nuestro pasado antes del pasado que recordamos, es decir, el que nos cuentan. Mi mamá dice que nací en La Quirón, un hospital de Zaragoza, y así figura en mi partida de nacimiento, pero, ¿y si fuera mentira? ¿Qué pasaría si lo "real" no existiese? ¿por qué tendría que ser disparatado construirme un origen "ficticio" basado en la intuición, hecho a mi medida? 

¿Vender nuestra verdad como si fuese mentira? Probemos
(H. Libertella)

aquello de inventar una historia o simplemente ir recordando fragmentos de nuestra vida que hubiéramos querido que sucedieran. En Buenos Ayres me enamoré de un violinista y fui tan feliz como nunca lo he sido; si él me hubiese amado, tal vez ni siquiera necesitaría seguir escribiendo esto, pero es mentira. 
Tan mentira o tan verdad como que Madrid, con eme, es Morada. Y Morir o Matar, que pertenecen al campo semántico de la Muerte, pero no son lo mismo


 y en realidad,  no me di cuenta de que no había
 matado a nadie hasta después de acaba
de leer mi propio cuento
(Munir) 
que está tan lleno de citas como aquella carta que era un regalo pero más bien era otro cuento. 
-Ya lo sé, cómo si no te conociera aunque hayan pasado seis meses... Ay. Ahora tu pelo es más corto y el mío más largo, vos me hacés preguntas, muchas, y se supone que debería ser ágil con las respuestas. La conversación se va por las ramas, y cada vez son más intrincados y más frondosos nuestros árboles.
 A veces terminas contestándote a ti mismo, otras veces, ninguno dice nada porque no es necesario. Los ojos hablan por los codos, che.
 -A ver en cuánto tiempo se te quita el "chao", aunque yo lo sigo diciendo -dices al salir del bar.

No quiero que se vaya. Al igual que las tardecitas húmedas de Buenos Aires, en el Botánico, que tienen ese qué sé yo, ¿viste?
No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes
pero el jardín botánico siempre ha tenido
una agradable propensión a los sueños
a que los insectos suban por las piernas
y la melancolía baje por los brazos
hasta que uno cierra los puños y la atrapa
(M. Benedetti)

como una libélula azul con las alas nerviosas, a punto de emprender el vuelo.



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