martes, 27 de septiembre de 2011

No hay dónde






Desde dónde vengo.

Hacia dónde voy en este momento

y con estos ojos

llenos de luz en la tormenta.


Por qué son tantas las letras

que separan los morfemas

de nuestros verdaderos nombres.

Porque tenerlos los tenemos,

aunque los hayamos perdido

por no pronunciarlos lo suficiente

y tantas veces, hasta desgastar las sílabas

con el roce de las cuerdas vocales.


Cuándo vendrás a arrodillarte

a los pies de alguien ya moribundo,

tan penoso y frágil

que ha tocado fondo en el estanque sucio

del Retiro, y ni siquiera los patos

quieren saciar el hambre con sus restos.


Cómo sabré que no me adoras

en el silencio de tus ojos graves,

si me miras, tan perplejo y solo,

desde la torre más alta del castillo,

fortaleza inútil de cobardes.


Quién me dijo a mi que tú eras príncipe

que habría de quitarme el sueño

con un beso inexacto en los labios

y que me dormiría cada noche

escuchando una canción de cuna

en un idioma difente.


Desde dónde vengo.
Hacia dónde voy.

Hasta dónde llegaré

si mi dolor no tiene nombre

y se apellida jiménez.













viernes, 23 de septiembre de 2011

Instintos

¿Vienes?
Te adivino cerca
y vienen tus brazos de otoño
dejando caer las hojas secas
de tu melancolía.
Yo no sé
cómo atraparlas.
Se deslizan entre mis dedos
y no crujen una vez rotas
si las pisas descalzo.
Tal vez gritan.
Patalean las hojas
y languidecen, más tarde.
Y yo tengo ganas;
no sé de qué,
no son ganas de nada,
solo ganas:
tantas, tantas
que rozan el vértigo,
y que abisman los sentidos.
Ya solo quiero buscar abrigo
en los bolsillos anchos
de tu corazón desmontable,
quitarte la capucha a tientas
-aunque no llueva-,
y encarar octubre con calma
como si supiera que tú me perteneces
mientras huelan a castañas
asadas las pupilas en tus ojos
grandes, cálidos, amantes.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Zierzo






Dos copas de ron y medio litro
de cerveza más tarde
llegas a casa de tu abuela
con las uñas sucias y la cerradura
no quiere ceder a tus embistes.
Vas al baño, pones la radio de pilas
y mientras tarareas la canción
conocida, meas con ganas
como si todo fuera a desaparecer
al tirar de la cadena del váter.
Mandas los vicios a hacer gárgaras
de menta -con el listerine-
y piensas en lo forma rara
que tienen tus tetas por las noches
como si en vez de cimas de montañas
fuesen olvidados cráteres
con una chispa picuda
de lava roja y ardiente en el centro.
Por fin, la almohada en la cara,
das vueltas y más vueltas
y tus sábanas traman
la agonía blanca de tu muerte.
Imaginas un beso de hielo
en los labios acartonados
y sientes en la lengua un regusto
a desodorante malo y calcetines
que te provoca la náusea
misma que sintió en su día Sartre.
Vas a la nevera y bebes agua
a morro de la botella,
salvando el mal sabor de boca
con un pedazo de chocolate rancio
que aguardaba con malicia tu resaca
solo por complacerte.
De camino a la cama te cruzas
con el fantasma de siempre
que hace su ronda nocturna
con un empeño inédito
en su especie, y te saluda apenas
con un movimiento de cabeza.
Ignoras su mirada errante
dejas caer tu peso sobre el colchón
y no cambias de postura
por incómoda que sea.
Cuentas ovejas, leones y cebras
pero el sueño no viene.
Así que para cuando descubres
que clarea el cielo a través de las rayitas
horizontales de la persiana,
el despertador suena,
tus pestañas se derrumban
y por fin, te duermes.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Rendición






Con tu tacto tiembla todo
lo que antes era yo.

Tu boca abierta a-
tus ojos callan-do
re-inventando para
la sonrisa del sol.

Tu vida tengo en los dedos:
...do re mi fa sol la si do
















Complejo de Wendy



No las tienes todas contigo; y sin embargo, me miras.
Me estás mirando con los ojos muy abiertos, todo pupilas, enmarcados a fuego por un remolino de pestañas salvajes, leoninas, cazadoras casi. En esos labios que están a punto de suspiro han quedado atrapadas un centenar de preguntas, interrogantes sin respuesta que no dejan de acosarte un par de miles de veces al día. Y eso, sin tener en cuenta un margen de error que sin duda existe -aunque mi mente de letras no lo alcance a calcular-.
Sueño que me piensas las 23 horas que duran el día y la noche menos una, que es el tiempo que tardas en convencerte de que no deberías hacerlo, porque resulta una locura sin precedentes, un insistente quebradero de cabeza que no conduce a ningún lugar;
mientras, en un sitio no muy lejano, yo me balanceo sobre el hilo frágil que es mi vida. Alguien, que podrías ser tú o podrías no serlo, sostiene la cuerda firmemente, y lleva el recuento exacto de todos los pasos en falso, del vértigo y las dudas de última hora, así como de los minutos que restan para que dé el paso definitivo o salte al vacío.
El problema es que no quiero saltar todavía. Bueno, miento; cuando ya me dispongo a hacerlo siempre llega el pesado de turno (en masculino singular) que tira de la cuerda con todas sus fuerzas. Entonces vuelvo a retroceder hasta el principio, donde ya no tiemblo porque el suelo es firme, donde no hay peligro alguno si caigo.
La verdad es que le debo mucho a estos repentinos "Indiana Jones" que aparecen en mi vida para echarme el lazo cuando bien les viene. Sin ellos, andaría por ahí saltando abismos y metiendo la pata. Lo peor es cuando estos extraños individuos se hacen pasar por los otros, los hermanos gemelos malos (esto está muy de moda, es el antagonista del personaje bueno cuya diferente estriba en que viste de negro, véase Spiderman). Estos malévolos rufianes son todos esos individuos (en masculino plural) que te tienden las mano en el momento de mayor vulnerabilidad, y juegan contigo mientras les parece oportuno; después, simplemente, o bien te ponen la zancadilla en mitad de la cuerda, o bien te dan una patada en el culo.
En fin, resumiendo: yo lo que de verdad quiero es que una noche apacible del mes de septiembre, una sombra fugaz se cuele por mi ventana abierta, y su propietario sea el mismísimo Peter Pan, que ya cansado de contarles historias de piratas a los niños, venga a cantarme una nana. Pero, antes de cerrar los ojos, le pediré que me dé un puñadito de polvos mágicos, para seguirle a tientas a dondequiera que vaya.
Volaremos por encima de Madrid mientras duerme, nos comeremos de camino un pedacito de luna para que no vuelva a estar llena; y lo que es más importante, a partir de ahora, "Nunca Jamás" será "Siempre Siempre".

domingo, 11 de septiembre de 2011

Mi edad de la inocencia




Se han marchado los niños, dejando a su paso un rastro de juguetes en la alfombra de hierba. Me siento a escribir como ese niño travieso que baja la empinada cuesta a toda velocidad con su bicicleta; los dos compartimos algo, los dos llevamos una misma marca en la sangre: la inocencia genuina de los espíritus temerarios, la valentía insospechada de los más débiles, la tendencia a cometer locuras dispares sin medir las consecuencias. Por eso no cambiaría por nada del mundo mis rodillas maltratadas de cicatrices, ostensible recuerdo de las heridas de infancia.
Mientras garabateo distraídamente en la libreta, -los niños juegan al pilla-pilla, el cielo se nubla y amenaza tormenta-, un gracioso bebé ha ido avanzando a trompicones hasta mi pierna, y ha encontrado un lugar donde quedarse: el vuelo de mi falda. Sus balbuceos ininteligibles resuenan en mi cabeza como gritos de auxilio. Le miro fijamente, intentando adentrarme en sus ojos grandes, muy grandes en esa carita tan pequeña de sonrosados mofletes, y por fin distingo un ramalazo de complicidad anclado en el fondo de ese estanque donde no hay peces, sino vida; una vida nueva como un milagro obstinado que crece sin ser consciente todavía de su presencia en el mundo.
Entonces, una sonrisa brota espontáneamente de mis labios hasta hacerse amplísima, y él me corresponde sin dudar un segundo, y comienza a reír, a dar palmas, a contagiarme su inusitada alegría. Así pues, sostengo su minúscula manita entre las mías y suspiro sin remedio.
De los árboles despistados han empezado a caer lentas las hojas. Es el verano que termina...

Parpadeo



Arena diluida en los labios
-un rumor nuevo detrás
de la lengua y bajo el paladar-
que agita el pulso de las cuerdas
vocales, y ya todo tiembla
en un corazón metálico
donde no caben rimas en consonante
ni acordes, ni agujeros,ni palabras quedas.

Dormir en mis sueños y soñar
que no duermo en esta cama
sino tres planetas más lejos
de la Tierra,
y que todas las noches la miro
hipnotizada, deseando morderla
un instante solo,
antes de que siga girando
y mueran las cuatro estaciones
de un año de mi vida:
365 días, 6 horas y 9 minutos
esperando renacer de mis cenizas,
sin levantar polvareda.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Batidos de chocolate y otros placeres lentos



Se escabullen deprisa los minutos
en esta tarde sabática
de un sábado cualquiera de septiembre.
Parece mentira cómo giran nuestras vidas
en torno a medio churro
olvidado en el plato,
y somos como dos vasos vacíos
de batido de chocolate
y sendas pajitas verdes.
Todo pasa, y sin embargo
seguimos aquí, sentadas,
-repantingadas, en este sofá marrón-
imaginando qué escribirá la mano
del señor estirado con bigote.
Ya solo esperamos,
con nuestros sueños miopes
al veterano camarero
que viste uniforme blanco,
¿cuándo nos traerá la cuenta?
¿dónde se habrá dejado el barco...?
Demasiados interrogantes sobran
en este café decandentista
-tan comercial en el pasado-
de la glorieta de Bilbao
donde palpita la Historia (con mayúsculas)
y otros muchas historias pequeñitas
de personajes de libro
que aquí, como nosotras, se citaron.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Retazos de una vida: mi primer amor



No solo una foto de una foto, sino más bien un recuerdo de algo mucho más intenso que un recuerdo. Una imagen de hace una década que conserva intacto su olor, el por qué de su perseverante existencia, disimulada entre las páginas anodinas del álbum de mi primera comunión.
Mi perfil aniñado no es consciente del sentimiento que despierta, no sospecha siquiera que alguien, desde su posición privilegiada de observador mudo, admira calladamente los rasgos delicados de una criatura frágil, apenas un pajarillo blanco que esconde las alas como si se avergonzase de ellas; como si solo él fuera consciente de que, si no lograba atraparla en aquel preciso instante, ya nunca más lo conseguiría. El gorrión no tardaría en emprender el vuelo, y volaría tan alto como un águila.
En sus ojos de niño trazados al carboncillo han quedado congelados todos los juegos de infancia, todas las ocasiones en que se vestía de príncipe para rescatarla del dragón. En sus labios desborda un ensayo de sonrisa, una sonrisa traviesa, pícara y demoledora, una sonrisa que invita a sonreír. Su rostro de piel tostada no es capaz de ocultar el arrebol de las mejillas y las graciosas e inevitables orejas de soplillo.
Me quería. En ese momento me quería tanto como yo nunca pude quererle a él. Y sin embargo, fue mi primer amor, mi primer amigo, la primera víctima inocente de las muchas cartas sin respuesta que le envié con el paso de los años.
El aliciente fortuito de su mirada, que quemaba tanto o más que el hielo, dulcificaba mi espera, la espera eterna del que sabe a ciencia cierta que lo que anhela nunca llega y, pese a todo, respira hondo y persevera.
Nunca me di por vencida porque tenía esta foto. Nunca querré a nadie con la misma fuerza obcecada e infantil, y al mismo tiempo, tan inesperadamente tierna...