A cada grano de arena
su sombra al alba;
a cada vida
su nombre propio y su propio ajeno;
lo imposible de sí misma:
lo que los otros le han creado.
(Hugo Mujica)
Caen del cielo;
desde el cielo aquel
a nuestras pisadas de barro,
que como balas de cañones
ametrallan los adoquines y estallan
entre tú y tú
entre tú y el paraguas y los espejos
porque yo era charco para entonces
-no pude evitarlo, lo siento-.
El granizo fue bautizando la calle
apresuradamente
y una niña de colores saltaba los afluentes
de un río infatigable y denso
como mis ojos -tal vez-
cuando estoy frente a un poeta
y ese poeta, ese
me sabe gritando y me sabe leyendo
a Mujica al bajar la calle Alcalá
sin tropezar con ningún pie -propio o ajeno-
caminar al borde del bordillo
ignorar el tráfico el letargo imposible
de los coches
cuando atardece en Madrid
cuando mi ciudad
empieza a entrecerrar los ojos poco a poco
y me gusta, me enternece
detenerme a rozarla de perfil
acariciarle el pelo azul
de nubes rizadas y pestañas blancas
porque ella es bonita a su manera
-pero solo a veces-
después de que haya pasado la tormenta.
Poesía es tener un monólogo
con otra boca y otro perfume diferentes.
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