La luna vaciándose de luz entre mis piernas y mis piernas
vaciándose de ti mientras el viento
La noche está llena de presagios y de cuerpos
que no se juntan en una misma frase sino que permanecen
intactos a la espera
de una espera más larga -tal vez-
Y qué me vas a contar tú
si soy culpable de todas las muertes
de todas
si soy tan inocente como el sida lo fue entonces
Tus ojos me dan patadas
Nos han robado el silencio
Ya no nos queda corazón
salvo para irle pidiendo al tiempo que se dé prisa
que solo queremos rasgarnos la ropa a balazos y
no hacer daño a nadie, en serio
Tampoco deseo dormir no deseo adormecerme entre animales
mientras ahí abajo en un coche
una pareja tiembla entre roces de agua y sus gemidos
tienen toda la lógica del mundo
Empieza a desnudarme por arriba: mis pies están hundidos en el suelo
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martes, 20 de agosto de 2013
martes, 26 de junio de 2012
Testamento inacabado
Y qué si se trata de mi propio infierno y qué si me disfrazo si me pierdo si me dejo mecer por otros brazos por otros hombres por otras sábanas manchadas
Ya nada y todo siempre nada en el mar pantanoso de mis ojos enloquecidos a punto de hundirse en el fondo oscurísimo de este túnel sin paredes ni luz ni suelo ni compañía
Me sobran dedos en las manos para contar los instantes de gloria y tendría que amputármelos todos si quisiera olvidar las horas de pañuelos de papel almohada húmeda y rojeces diversas en sitios específicos
Tanto libro y tanta libreta y tantos tantos bolis sin tinta encima de la mesa y entre los pliegues de mi cuerpo envenándome reescribiéndome resucitándome apenas
Para morir no hace falta morir de una enfermedad o de un atropello basta con fingir que te mantienes vivo mientras tus vísceras envejecen día tras día noche tras noche
En la tumba ya no me quedará voz para decir estas cosas o seguramente sí tenga voz pero no palabras porque las palabras caducan como los calendarios o los yogures o las tarjetas de la seguridad social
Con la que está cayendo con la de miles de personas que no tienen trabajo con la de malestar social que reina en todas partes cómo no desbordarse cómo no desmoronarse cómo no desesperarse ante lo insulsa que puede ser una vida sin gente que te apoye que te limpie los lagrimones y que te quiera cerca
Aunque al día siguiente cojas un avión y te marches lejos lejos donde nadie pueda rescatarte
Hoy ni siquiera tengo a Pizarnik y me lloran las uñas de los pies
Ya nada y todo siempre nada en el mar pantanoso de mis ojos enloquecidos a punto de hundirse en el fondo oscurísimo de este túnel sin paredes ni luz ni suelo ni compañía
Me sobran dedos en las manos para contar los instantes de gloria y tendría que amputármelos todos si quisiera olvidar las horas de pañuelos de papel almohada húmeda y rojeces diversas en sitios específicos
Tanto libro y tanta libreta y tantos tantos bolis sin tinta encima de la mesa y entre los pliegues de mi cuerpo envenándome reescribiéndome resucitándome apenas
Para morir no hace falta morir de una enfermedad o de un atropello basta con fingir que te mantienes vivo mientras tus vísceras envejecen día tras día noche tras noche
En la tumba ya no me quedará voz para decir estas cosas o seguramente sí tenga voz pero no palabras porque las palabras caducan como los calendarios o los yogures o las tarjetas de la seguridad social
Con la que está cayendo con la de miles de personas que no tienen trabajo con la de malestar social que reina en todas partes cómo no desbordarse cómo no desmoronarse cómo no desesperarse ante lo insulsa que puede ser una vida sin gente que te apoye que te limpie los lagrimones y que te quiera cerca
Aunque al día siguiente cojas un avión y te marches lejos lejos donde nadie pueda rescatarte
Hoy ni siquiera tengo a Pizarnik y me lloran las uñas de los pies
lunes, 28 de mayo de 2012
Hasta pronto
Siempre había pensado que la taza del váter era el lugar idóneo para llorar. Las convulsiones le hacían balancearse de izquierda a derecha, hacia delante y hacia detrás, así que tenía que aferrarse a los bordes blancos con ambas manos intentando que no se le escurrieran los dedos. Se sentía un poco como si navegara en un bote salvavidas, de esos que te rescatan cuando te has alejado de la costa un día de marejada; la diferencia era que no estaba perdida en medio de un oceáno, ni siquiera en un diminuto mar, sino en el centro exacto del cuarto de baño de su casa, lo que era bastante más ridículo, en aquel rincón escogido para el llanto.
Los ojos anegados en lágrimas dificultaban su visión, empañando la realidad, y los baldosines de mármol adoptaban rostros desencajados, sonrisas grotescas que parecían burlarse del espectáculo que era su desintegración, la huída a pasos agigantados de lo que era su orgullo, que la abandonaba con la cara hecha un cromo: los ojos coloradísimos y las mejillas llenas de ronchones, de sal, de pena diluída, y sobre todo de miedo, mucho miedo desde que una voz familiar pronunciase aquel hasta pronto.
Y enseguida el tintineo de un manojo de llaves, un sonoro portazo, y luego, nada.
Pero ese hasta pronto no era una simple fórmula de cortesía. Había podido oír cómo su voz se quebraba en la primera o: algo así el principio de un gemido mal disimulado en la voz ajada de su madre. Había visto pasar su pantalón blanco de verano, sus pies dentro de las sandalias de tacón, su melena tan temida e idolatrada, antes de que desapareciese en el aire la sombra flotante que suponía un hasta pronto. Eran tantas las señales que no pudo responder, ni siquiera le había dado tiempo a reaccionar. Cómo le dolía que todo fuese a terminar así, con una mentira piadosa, ¿por qué no había dicho adiós si era claramente un adiós? Si no pensaba volver, ¿de qué servía hasta pronto? ¿Qué significaba pronto? ¿Un par de horas, o acaso seis meses, o tal vez toda una vida? ¿Cuándo es pronto?
Boqueando incontrolablemente entre jadeos retorcidamente dolorosos, fue resbalando desde su asiento privilegiado hasta el suelo, para dejarse rozar por el mármol helado. Con el pantalón a medio subir todavía, se arrodilló junto al terrible agujero de la taza del váter y miró en su interior. Su vida era apestosa y maloliente, y le daba asco y arcadas y ganas de tirar de la cadena.
Y así lo hizo. Tiró, y tiró, y tiró, hasta que no quedó más agua en la cisterna, y por fin empezó a desbordarse por encima del váter hasta rodearla de sus propios excrementos.
Sonrió entre lágrimas. Si no podía volver al mar, el mar retornaría a ella.
Adiós, adiós, mamá. Espérame ahí.
Hasta pronto.
Los ojos anegados en lágrimas dificultaban su visión, empañando la realidad, y los baldosines de mármol adoptaban rostros desencajados, sonrisas grotescas que parecían burlarse del espectáculo que era su desintegración, la huída a pasos agigantados de lo que era su orgullo, que la abandonaba con la cara hecha un cromo: los ojos coloradísimos y las mejillas llenas de ronchones, de sal, de pena diluída, y sobre todo de miedo, mucho miedo desde que una voz familiar pronunciase aquel hasta pronto.
Y enseguida el tintineo de un manojo de llaves, un sonoro portazo, y luego, nada.
Pero ese hasta pronto no era una simple fórmula de cortesía. Había podido oír cómo su voz se quebraba en la primera o: algo así el principio de un gemido mal disimulado en la voz ajada de su madre. Había visto pasar su pantalón blanco de verano, sus pies dentro de las sandalias de tacón, su melena tan temida e idolatrada, antes de que desapareciese en el aire la sombra flotante que suponía un hasta pronto. Eran tantas las señales que no pudo responder, ni siquiera le había dado tiempo a reaccionar. Cómo le dolía que todo fuese a terminar así, con una mentira piadosa, ¿por qué no había dicho adiós si era claramente un adiós? Si no pensaba volver, ¿de qué servía hasta pronto? ¿Qué significaba pronto? ¿Un par de horas, o acaso seis meses, o tal vez toda una vida? ¿Cuándo es pronto?
Boqueando incontrolablemente entre jadeos retorcidamente dolorosos, fue resbalando desde su asiento privilegiado hasta el suelo, para dejarse rozar por el mármol helado. Con el pantalón a medio subir todavía, se arrodilló junto al terrible agujero de la taza del váter y miró en su interior. Su vida era apestosa y maloliente, y le daba asco y arcadas y ganas de tirar de la cadena.
Y así lo hizo. Tiró, y tiró, y tiró, hasta que no quedó más agua en la cisterna, y por fin empezó a desbordarse por encima del váter hasta rodearla de sus propios excrementos.
Sonrió entre lágrimas. Si no podía volver al mar, el mar retornaría a ella.
Adiós, adiós, mamá. Espérame ahí.
Hasta pronto.
sábado, 21 de abril de 2012
La soledad o el sudor
Como los pulgones verdes se aferran a la rosa rosa
así me aferro yo a tus ojos, y en ellos permanezco
aunque abras y cierres mucho las pupilas.
Desde que estás sin estar yo no sé ser y parezco
verbo copulativo sin atributo alcanzable,
ridícula parte que no encontrase su sitio del todo,
violín sin cuerdas maullando en la noche de agua.
Mi rostro no llueve, no graniza, no nieva
pero tiene un tinte oscuro como una nube grande
y se refleja en el charco con tal insistencia
que me dan ganas de pulsar en el lugar consabido
y dejarme abrazar por la autodestrucción...
(...)
En la sima espectral de mis palpitantes abismos
desembocan de la mano placer y dolor,
y acudo a la risa, y mi carcajada es plena,
el gemido desgarra y el jadeo asfixia
y todo lo que rozan mis dedos
no huele a sexo sino a soledad.
así me aferro yo a tus ojos, y en ellos permanezco
aunque abras y cierres mucho las pupilas.
Desde que estás sin estar yo no sé ser y parezco
verbo copulativo sin atributo alcanzable,
ridícula parte que no encontrase su sitio del todo,
violín sin cuerdas maullando en la noche de agua.
Mi rostro no llueve, no graniza, no nieva
pero tiene un tinte oscuro como una nube grande
y se refleja en el charco con tal insistencia
que me dan ganas de pulsar en el lugar consabido
y dejarme abrazar por la autodestrucción...
(...)
En la sima espectral de mis palpitantes abismos
desembocan de la mano placer y dolor,
y acudo a la risa, y mi carcajada es plena,
el gemido desgarra y el jadeo asfixia
y todo lo que rozan mis dedos
no huele a sexo sino a soledad.
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