Me estoy cociendo. Mi habitación es una olla express y me estoy cociendo; me voy desintegrando poco a poco, esparciendo hasta cambiar de estado, hasta tornarme en un líquido espeso a expensas de este sol insufrible de marzo.
Recupero mi cuerpo completamente, pero me falta algo: las manos.
Me miro una y otra vez, y nada, al final de los brazos no hay nada, ni siquiera un triste muñón.
Solo una prolongación de piel fea y obscena, sin fin.
Y ahora qué. Cómo hago para morderme las uñas si no tengo uñas porque no tengo dedos que estén pegados a unos nudillos que a su vez estén adheridos a una mano. A dos, en concreto.
Y ahora qué hago si cuando estoy nerviosa me muerdo las uñas o me muerdo los labios. Intento hincar los incisivos superiores y colmillos en el labio inferior, pero algo me impide morderme el labio, hacer brotar la sangre que fluye, que no deja de fluir. Invisiblemente.
Y es que no tengo labios; y si no tengo labios es que tampoco se dibuja el perfil de mi boca.
Qué pasa ahora, no entiendo por qué la boca me sabe a espárragos si no existe, si no es. ¿Cómo paladear lo que no es? Intento comprobar si es verdad que mi cara está incompleta, si me falta la nariz, o los ojos, o las orejas. No, los ojos están porque todavía puedo ver.
¿Será audaz atreverse a oler, escuchar? Intento comprobarlo y mi intento es en vano. ¿Si no tengo manos con qué voy a comprobarme?
Y ahora qué hago, qué invento. Si cuando estoy nerviosa me muerdo las uñas o los labios o grito, simplemente. Pero nada de esto es posible sin voz ni tacto.
Me empapo de mí, y grito para adentro, con voz diurna, quejosa, mustia, rancia. Grito y mi aullido resuena en el estómago, que todavía conservo intacto pese a las mutilaciones.
Entonces, me olvido de la habitación que me oprime, del olor a sudor, a libros, a mentiras, y trato de escribir lo que siento. Pero no puedo porque necesito mi voz para crear vida y mis manos para transcribirla. Y punto.
Porque todo lo que soy y lo que he sido y lo que tal vez sea a posteriori, porque mi fuerza secreta, el río que fluye manso y se derrite en mí, hacia mí, por mis adentros, se llama corriente.
Y no es una corriente sanguínea, sino esencialmente literaria...
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