Tras la cortina de lágrimas
el universo entero se vuelve abstracto:
palpitan las pupilas en el lago,
escuecen las mejillas con rabia
y las gotitas se deslizan sin prisa
nariz abajo, mentón, barbilla y nada.
Te veo en todos tus regalos,
en los osos-llavero, en los atrapasueños
en las gafas de ver-la-vida,
en las botas que te compraste
y luego no te gustaron.
Te veo en los gatos abandonados
en el chocolate milka,
en el suchard, en los kinder bueno
y en el envoltorio rojo del bombón
que aún no he probado.
Te veo en las fotos del verano pasado
y todos los anteriores,
haciendo muecas simiescas,
posando sin gracia alguna
-siempre fuiste demasiado natural
para esa clase de formalismos-.
Te veo embarazada de croquetas
y llorando con la lengua fuera
al haber caído en la trampa
de los pimientos del padrón;
te veo en la cama de al lado
silenciosa ruge-estómagos
y sé que estarás callada
hasta que te quedes dormida,
porque no te gustan las confesiones
con legañas en los ojos,
así que charlamos en sueños
para que nadie nos diga
que no somos las mejores
amigas de cuantas existen
en este planeta: tierra
pisada por un pie del 40
que guía mis amaneceres.
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