Como el libro que se cierra
y te deja en los ojos una huella húmeda-tan difícil a veces de disimular-
así paso las últimas horas,
aprovechando los segundos con celo,
besando cada palabra dulce
mente dormida en los vaivenes del tiempo.
Quiero arrepentirme y quiero
desaprender ciertos recuerdos roncos,
rotos en mi corazón, de porcelana fría.
Puedo olvidarme de los ojos
que me hicieron daño y debo
hacerlo para no languidecer de hastío,
soledad, embrujo y abstinencia.
Juego al juego que me sé desde pequeña,
sin conocer las reglas, sin ganar nunca
porque soy mala con las trampas
y siempre me pillan cuando miento.
Conduzco un coche imaginario
viajo sin combustible, y conduzco
mis pensamientos más salvajes
a las orillas menos pobladas.
Recreo los nombres olvidados
como si se tratase de una adivinanza
y huelo la nostalgia en todas
y cada una de las empanadillas
que mi madre hace al horno en invierno.
Me visto con ropa nueva para no cansarme
de ver siempre la misma niña
mirándome desde el otro lado del espejo
con ojos de lentilla y flequillo oculto,
indomable melena ni lisa ni rizada,
labios ajados, tal vez huecos.
Leo en voz alta por las noches
para ahuyentar a los fantasmas y leo
siempre que el mundo me quiere ahorcar.
Abrazo mi perro de peluche grande
y grande es mi consuelo y mis sueños
siguen terminando en pesadilla.
Lloro despacito y tiemblo si pienso en eso
y en aquello, y eso otro, y lo de más allá,
porque mis errores han sido tantos tantos
que ya no tiene sentido creer que los Reyes Magos
vayan a traerme un cuerpo nuevo.
Muero con este año que se marcha y confío
en resucitar cuando suenen las campanadas
o mi tía se atragante con las uvas.
Para este año novato que se acerca
deseo desear menos y vivir más
y quizá envejecer despacio: sin fin.
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