Siete colores, catorce, veintidós.
Las montañas se mudan de vestido, tratan de no repetirse: son cambiantes, imprevisibles, grandiosas.
Tres mujeres como tres montañas se miran en ellas, entre ellas. Parecen gigantes.
Son parecidas porque están compartiendo un pedazo invisible de la Pachamama. Inexplicablemente, se entienden bien: berlinesa, parisina y española. Inexplicablemente.
Cada una de ellas cree que conoce una ciudad diferente, a la que pertenece por el simple hecho de haber nacido allí. Allí nacieron desnudas, conocieron el amor o el deseo, fueron más o menos felices, y al cabo del tiempo, al mirarse en el espejo se dieron cuenta de que todo lo que creían tener no les pertenecía en absoluto.
Seguían desnudas, y huyeron.
Escalaron montañas mientras sentían que alguien las iba escalando por dentro. Su cuerpo de repente vacío de vísceras, de humo, de hijos; su cuerpo ebrio de vida y naturaleza o pájaros. Tres mujeres desnudas subieron tres montañas vestidas. De luto jamás, siempre tonalidades encendidas, llameantes.
Un nombre: Purmamarca. Y muchos destinos posibles.
Nadie las espera en ningún lugar, alguien las espera en todas partes. Una, la más pequeña, ha dejado de tener miedo, simplemente sube hacia arriba y mira el barranco con otros ojos, ojos abismo azul oscuro.
Venía del amor y de la guerra, de la tortura misma, de un campo de desconcentración.
Su color era o había sido el rojo. Sangre efervescente navegando sus venas, sus poemas. Había amado, había desamado y vuelto a amar. Ahora no sabía hacer ni una cosa ni la otra, era una mujer sola que huía de su soledad para encontrarse con nuevas y distintas soledades.
Fotografió los arcoiris con el pensamiento y tarareó melodías argentinas. Una zamba, el recuerdo de una voz grave cantando payadas que enamoraban su corazón chiquito. La hoz del tiempo maltrataba su mente, la condenaba a a seguir y seguir soñando. Los sueños eran de tinta, tinta corrida sobre el papel.
Descendieron la montaña y cada una siguió su senda, su sendero que se bifurca. No volvieron a a coincidir a pesar de sus promesas iniciales, las tres mujeres.
Tampoco regresaron a sus países, ni hicieron el amor, ni dejaron de amar aquellas montañas que eran suyas, nuestras, mías.
(Pensado en Purmamarca, Jujuy)
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