Enhorabuena, amigo.
Ya has subido de golpe todas las escaleras mecánicas por la izquierda y sin que te faltase el aliento, transpasado el umbral dificultoso de los tornos rebeldes del metro y empujado la pesadísima puerta que conduce al mundo exterior. Repito, enhorabuena.
Toma una gran bocanada de aire porque dentro de poco vas a necesitar de toda tu capacidad pulmonar. Respira hondo; eso es.
Resguárdate del frío y cubre tu boca a duras penas con el abrigo. Atraviesa las calles desiertas de tu barrio un viernes por la noche, ni demasiado pronto como para que quede gente en los restaurantes, ni demasiado tarde como para escuchar a los pájaros que cantan.
Adelante, puedes cruzar con el semáforo en rojo porque no le importa a nadie por dónde cruces ni cuántas copas lleves discurriendo por la sangre. Adelante, puedes hacer lo que quieras, porque probablemente tu destino no sea que te atropelle un coche. O sí. Pero tal vez no, y mientras persista la duda y dure la incertidumbre, habrá que pensar lo contrario. Que seguramente tu destino sea el de no tener destino.
Llegas al portal de casa y descubres que se te han olvidado las llaves. Llamas al portero automático y nadie contesta, nadie abre. Te sientas en las escaleras y decides esperar hasta que llegue un vecino, o hasta que amanezca, o hasta que caigan del cielo unas llaves.
Eres un tipo invencible, eres un tipo envidiable, eres un tipo que está solo y que morirá solo y congelado en su propia desnudez. No eres más miserable que el resto, pero alardeas de tu miseria como si de tu herencia se tratase. Haces versos sin ritmo que luego pisoteas en el asfalto, y te bebes el culo de una botella cualquiera, y lloras como hacen los niños cuando no quieren que los vean sus padres: a escondidas.
Te quitas los zapatos y descubres que llevas un calcetín de cada color; miras al cielo y ves la luna no llena, sino llenísima, luna plena. Cierras los ojos y te abandonas. Infinitud del cuerpo y del alma.
A la mañana siguiente, tu vecina se llevará un bien susto al verte tirado ahí, en el suelo, como un muñeco de trapo con una sonrisa grande y burlesca.
Enhorabuena.
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