Desde dónde vengo.
Hacia dónde voy en este momento
y con estos ojos
llenos de luz en la tormenta.
Por qué son tantas las letras
que separan los morfemas
de nuestros verdaderos nombres.
Porque tenerlos los tenemos,
aunque los hayamos perdido
por no pronunciarlos lo suficiente
y tantas veces, hasta desgastar las sílabas
con el roce de las cuerdas vocales.
Cuándo vendrás a arrodillarte
a los pies de alguien ya moribundo,
tan penoso y frágil
que ha tocado fondo en el estanque sucio
del Retiro, y ni siquiera los patos
quieren saciar el hambre con sus restos.
Cómo sabré que no me adoras
en el silencio de tus ojos graves,
si me miras, tan perplejo y solo,
desde la torre más alta del castillo,
fortaleza inútil de cobardes.
Quién me dijo a mi que tú eras príncipe
que habría de quitarme el sueño
con un beso inexacto en los labios
y que me dormiría cada noche
escuchando una canción de cuna
en un idioma difente.
Desde dónde vengo.
Hacia dónde voy.
Hacia dónde voy.
Hasta dónde llegaré
si mi dolor no tiene nombre
y se apellida jiménez.
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