Cómo
no recordarte. O como hacerlo deliberadamente, en momentos clave, cuando estoy
sola y desnuda en un bosque de sueños, hundida hasta las rodillas en un pantano
de lujuria donde no es posible moverse ni hallar un placer aproximado al que tú
me diste, sin pretenderlo.
Me
pregunto si fue amor. Si el amor es tan sencillo, tan elemental en su esencia.
O si fue una atracción alocada y terrible, unida a mi condición de huérfana en
un país lejano. Tal vez fue la reacción primeriza de mi cuerpo, conviviendo con
el tuyo bajo el mismo techo en la más perfecta desarmonía.
Tu
ducha por las mañanas. El sonido del agua cayendo con fuerza sobre tu piel,
todavía desconocida. Tus pasos apresurados. Las expediciones a oscuras en busca
del calcetin / media perdido entre otras muchas cosas. El desorden
personificado. La pava está lista. El
imprescindible mate caliente en la garganta. Su amargor.
Yo
intuyéndote. Yo con los ojos cerrados, desvelada, preguntándome si debo o no.
Mis pensamientos muy por encima de la almohada. El pelo y el deseo alborotados,
desmelenados. El calor no del todo concluyente. La mano nerviosa que no se
decide a. Las pestañas. El dedo meñique, anular, índice, corazón.
Pulgar.
Pulgar.
Eyacularse
hacia dentro. Morir de mentira y a grandes rasgos, pero morir verdaderamente de
anhelo. O consumirse como un insecto encerrado en una caja. Morir como mariposa
bajo la lluvia, resbaladiza e intacta, pendiente del peligro.
Morir
joven. Y sola. Como Pizarnik.
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