viernes, 13 de mayo de 2011
La edad de la inocencia
Simplemente, giraba. Se pasaba la vida girando sin cesar, dando vueltas en torno a sí misma, sin ver más allá de su imagen difusa reflejada en el espejo.
Todo en ella era perfecto: la postura delicada, los pies pequeños, las manos suaves, el cabello largo recogido en la nuca, el cuello de cisne, la piel de marfil.
Excepto el rictus amargo de los labios, que estropeaba lo que podría haber sido una cálida sonrisa.
Llevaba el ritmo en las venas y nunca había dejado de bailar.
Sin embargo, ya estaba cansada de ser la alumna ejemplar, una simple esclava entregada a su dedicación obsesiva. Estaba harta de ser, en pocas palabras, la niña buena.
Todo cambió cuando la inocente bailarina decidió soltarse la melena.
Fue el mismo día en que apareció el soldadito de plomo, con el fusil en alto, preparado para cualquier batalla por peligrosa que esta fuera. Pero no estaba acostumbrado a hacer el amor, solo la guerra...
Y la torpe, tonta, confiada y desesperada bailarina, sin pensarlo dos veces, se lanzó a sus brazos sin dudas y sin reservas.
Él lo primero que hizo fue abrirla de piernas.
Hoy mi cajita de música no suena...
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