En
el hipotético caso de que alguien me preguntara por qué Plurales es un poemario diferente del resto, yo le respondería sin
pensármelo dos veces: porque lo ha escrito Clara. Y no hay otra explicación.
Los
que llevamos un tiempo orbitando alrededor de Clara conocemos su sentido
práctico, su manera sencilla de estar en el mundo y alimentarse de él. Su
magia. También sabemos que padece una extraña enfermedad llamada gramática,
atribuida a los filólogos con una cierta tendencia a inmiscuirse en las tripas
de las palabras, en la terca y desquiciante anatomía de la lengua. Y os
preguntaréis, ¿dónde se puede observar este fenómeno en el poemario de Clara? Y
mi respuesta es: en todas partes.
Comencemos
por la estructura: ya desde el principio nos encontramos con tres pronombres
personales (nosotros, vosotros y ellos), más conocidos como “plurales”. Y
lo más sorprendente de esto es que, aunque estos pronombres hacen referencia a
más de un individuo, también están dentro de la poeta, son una parte vital de
ella, por eso decide escribir concretamente sobre algunos vosotros y otros tantos ellos.
Clara, que es una alumna muy aplicada, sabrá que con esto ha conseguido hacer
de su poesía un auténtico pluralia tantum.
Ejem… ahora voy a ponerme exquisita: esta clase de sustantivos se caracterizan
por tener una morfología plural pero también pueden indicar un solo objeto, es
decir, no tienen forma singular o, en caso de tenerla, no se emplea
normalmente. Podría dedicarme a hacer una lista de pluralia tantum, pero por suerte yo sólo estoy aquí para escribir
sobre los versos de Clara, sobre la maravilla que supone encontrarse en el
papel con una mujer y los infinitos seres que la habitan.
Si
habéis leído atentamente los poemas de Plurales
probablemente os hayáis fijado en el ímpetu que siente la poeta de robar versos
a los poetas que admira. El lector puede paladear la excelente combinación de
dos sabores que se juntan: José Hierro y Clara, o Clara y Violeta C. Rangel. En
la última parte del libro, y haciendo gala nuevamente de su lado más filológico
(aunque yo diría que esto no lo ha aprendido en la carrera) la poeta escoge uno
o varios versos de dos poetas con mayúsculas, Jaime Gil de Biedma y Luis
Cernuda, así como de un gran cineasta, Luis Buñuel.
Pero
ahí sigue latiendo Clara, por mucho que intente camuflarse, por más que intente
modular la voz y a veces se le escapen versos en inglés o en italiano (la chica
tiene don de lenguas). En sus poemas hay fortaleza. El amor ha pasado por
encima y ha dejado secuelas irreversibles, pero es necesario seguir adelante y
continuar escribiendo. Me conmueve especialmente su último grito, que se
abalanza sobre el lector: “Tú todavía estás aquí”. Es la rebeldía del que se
siente llamado por la letra y lo acepta; incluso hay ocasiones en las que
también se alegra de ello. Yo por mi parte me siento en deuda con los versos de
Clara y espero que siga pariéndolos, dándoles el empujón definitivo.
Aquí
estaremos (nótese el plural) para recibirlos con los brazos abiertos.