domingo, 28 de septiembre de 2014

4ª expresión o sótano para escuchar la lluvia


Marc Chagall

Ella

Se encerraba en el sótano desde niña 
para escuchar la lluvia que le fluía por dentro.

Afuera, caían las primeras nieves.

Alguien golpeaba desde su soledad.

Unos dedos rasgaban muy dulcemente el pijama de su memoria.

Todo era rojo.

Perverso.


Él

Había visto mundo desde el balcón de sus ojos cerrados.

Venía de lejos. Soñaba cerca.

Jamás pronunciaba la palabra niño
pero se despertaba temprano
para dejarse volar en los columpios del parque.

Su dolor se llamaba ontología.

Sus manos eran azules.


Ellos 

Se reconocieron por el tacto, en lo onírico.

Jugaron al equilibrio sobre una tabla.

Se amaron sobre la tabla, crecieron sobre la tabla:
su universo fue una línea horizontal.

Confrontaron sus rostros en un espejo.

Rojo y azul. Azul y rojo.



Él. Ella. Ella, Él.

La lluvia.
Las gotas de lluvia. 

Cuando llueve en el parque también llueve en el sótano.







sábado, 20 de septiembre de 2014

«El paraíso del tonto solemne», falsas pruebas de paternidad para “La ansiedad del escapista” de Pepe Ramos*


            Estoy leyendo a Nicanor Parra. Estoy leyendo a Pepe Ramos. Juego a encontrar las semejanzas y diferencias que hay entre ellos. Es un ejercicio de entretenimiento y, al mismo tiempo, de aprendizaje; incluso, por qué no, de erudición. No puedo evitar recordar a Pepe delante del micro, el sombrero calado hasta los ojos y esa capa de humildad tan palpable que lo caracteriza. Lleva mucho tiempo recitando en público, y, sin embargo, todavía tiembla. No soy amiga de comparaciones gratuitas, sin embargo, esta imagen me arrastra inevitablemente a una figura mítica (para mí casi paterna) que nos vino a descubrir Parra: la del antipoeta, personaje antiheroico que saca a la luz lo oculto, vuelve sospechoso lo evidente, sin dejar de hacer gala de su humor, ironía y sarcasmo en toda ocasión. El chileno que inventó la antipoesía y nos dio a probar versos que no obedecen a un modelo literario, sino al lenguaje prosaico hablado en la vida cotidiana. “Durante medio siglo / la poesía fue / el paraíso del tonto solemne” declaró entonces, casi a modo de manifiesto, Nicanor Parra. Y cuánta razón tenía.
            A día de hoy, Pepe Ramos hace lo propio en La ansiedad del escapista, un poemario cercano al lector, cómplice, que emplea un léxico alejado de la metáfora y el artificio que caracteriza a la poesía de corte tradicional, pero no por ello menos valioso ni de una calidad inferior. Los versos del poeta giran en torno a un motivo principal: la huida, el ocultamiento a través de la palabra, del lenguaje, que es tan propio en el creador, en el artista. Así, Pepe Ramos escribe: “Tomar la palabra como vehículo de huida desnudando de ataduras y pudor la inquietud. Hacer de la evasión un arte burlesco, una suerte de striptease macabro en el que descarnarse, hacerse reversible ante todo y víscera a víscera escapar.” Este fragmento en prosa es una revelación, una declaración de intenciones. La ansiedad impregna algunos de los poemas más bellos, con imágenes claras, impactantes: “Una mariposa bate sus alas en Pekín / y a mí me falta el aire” o en este otro: “pero ya no le resultan extrañas/ la angustia, la ansiedad del escapista, / la blanca oscuridad de las migrañas, / pasar la noche al filo de una arista.”
            Tampoco podría faltar el componente crítico, mordaz, ácido. En el libro encontramos poemas en los que el materialismo desaforado se presenta como un sueño demasiado real: “Sueño que compro… objetos que solo tienen valor para los seguidores de Freud o Lacan, objetos inútiles en la vigilia”; otros en los que la referencia metaliteraria queda patente, pese a estar enmascarada tras el humor como en “Texto para corona fúnebre”, que reza de la manera siguiente: “Me gusta cuando callas / pero esto ya es excesivo”. Me pregunto qué opinaría el círculo de Luis García Montero si descubriesen qué es “la otra sementalidad”, concepto poético acuñado con gran acierto por el poeta, que trata de soterrar los embates del desengaño amoroso.         
            La hipocresía de la sociedad, la pérdida de los valores y la especulación feroz, -incluso en el terreno de los sentimientos-, pasan al primer plano en los versos de Pepe Ramos, quien no tiene ningún pudor en mostrar las vetas más demoledoras de la existencia, hasta el extremo de reírse de sí mismo, de manera que la burla se extienda al conjunto de creadores: “Siga probando, / hay miles de buenos poetas” (en “Rasca y gana”). Por último, me gustaría señalar que el texto que concentra más claramente mi atención es el que lleva por título “El ególatra o la insoportable vanidad del ser”. Los poetas que no se vean reflejados en este brillante «canto a uno mismo» (que el ilustre Whitman me perdone) es que no valoran ni un ápice su poesía. El poeta, por norma, se dice “primerísima persona”, “salvador de la especie” y, por si fuera poco, “eslabón ganado”. Pepe Ramos no hace nada más que ponernos delante del espejo y darnos una palmadita cariñosa en la espalda, como queriendo repetir la sarcástica fórmula del famoso “Test” que ya pronunciase el padre de la antipoesía.
            Ahora bien, ¿es poesía o antipoesía lo que alberga La ansiedad del escapista? Yo me despido aquí, porque ya he cumplido con mi parte. Por fin ha llegado su turno, estimado lector:

            “Marque con una cruz

            la definición que considere correcta.”




*La ansiedad del escapista de Pepe Ramos, Ediciones La Competencia, 2014

lunes, 15 de septiembre de 2014

2ª expresión o inventario de cosas que arden


Emil Nolde


a J.

Todo lo que arde: interruptores  ojos de par en par  la madrugada  taxistas-boxeadores  humo rojo en los labios  corbata asimétrica  embestida animal pero de frente  motor de un seat ibiza color mostaza  el trombón con el pie  una carta que es casi una carta  Woody Allen   croquetas de puerro y calabaza  librerías de grandes dimensiones  tu voz sola  el zumo de tomate las crines del caballo  los horizontes verticales todos los libros que nunca rozaré  la almohada en el pubis  clases para saber fumar   para saber caer

mi orgullo homicida
las ganas de hacer un inventario inútil
el hambre o la imposibilidad del ayuno
todo lo que arde entre nosotros
un balcón con vistas a la muerte.







sábado, 13 de septiembre de 2014

«El futuro en torno», un sendero arriesgado hacia “Todas las fiestas de mañana” de Juan Bello Sánchez*


El lector-caminante deja que sus pies le lleven hacia una senda nueva, inexplorada, prometedora. De pronto, un cartel: letras verdes sobre fondo azul. Todas las fiestas de mañana. Apenas duda un instante antes de internarse en la espesura y adaptar los ojos al universo desconocido que le rodea. Es tan denso el follaje. Y tan auténtico. Eso que ve no es otra cosa que el futuro en torno, la celebración de lo que vendrá. De lo que ya está cerca.
            No puede contener su fascinación por la atmósfera. Una lluvia muy fina, lento orvallo que va calando sin apenas darse cuenta. Camina, y mientras lo hace, un casete no deja de repetir la misma melodía triste en su cabeza, una y otra vez. Un paisaje “contenido bajo las uñas” empieza a dibujarse: “El espacio que ha dejado tu cuerpo/ se parece a un ancla”, “Las palabras ocurren igual que árboles sin nombre”. La afirmación es hábito, salmodia, una prueba fiable de que la vida sí, de que existe una posibilidad a pesar de los desniveles del terreno.
            Avanza, avanzas. Pero, ¿hacia dónde? “Estoy en la frontera entre algún lugar y cualquier lugar”. Algunas veces no es necesario, -ni siquiera importante-, conocer el destino, lo que está a punto de estallar. Lo arriesgado del sendero es precisamente esto: su apariencia serena, la gravilla entre los dedos, que de un momento a otro, puede tornarse barro, fango incómodo que impida la sonrisa, el aliento: “Nos marchamos de algún lugar/ que todavía no conocemos”. Habitantes de lo desconocido, criaturas dormidas sobre la hierba, seres que viven a los pies de un acantilado.
            Afirmación tras afirmación, el lector se siente cada vez más seguro de unos pasos que ni siquiera son los suyos, pero que se parecen misteriosamente. Son los de Juan Bello Sánchez, quien se muestra con total transparencia, vital y humana: “Expongo mi teoría: / la piel es todo aquello que siempre/ olvidamos en los pasamanos”. Carne y rasguño. Casi zarpazo. La extraña y atrayente convivencia con los objetos (un reloj, un libro, una farola), el diálogo íntimo con los lugares (la plaza, la estación de autobuses, la orilla del mar) y, ante todo, el encuentro consigo mismo, son algunos de los límites de este poemario, que se construye y se desvanece en el momento de la lectura.
            El lector detiene sus ojos, respira hondo, profundo. Ya ha recorrido demasiado como para echarse atrás. Deja que las manos se empapen de emoción: es la emoción y el vacío de ser hombre, de tener la capacidad para contarlo. Entonces, sucede: “Cuando llueve, la lluvia siempre es lo menos importante”, y también: “Un día/ aprendimos a tener miedo. / Y desde entonces/ no hemos/ dejado de sentirlo”. Pase lo que pase, el sendero ha cambiado su manera de estar en el mundo, de precipitarse sobre las cosas, que caen por pura inercia.
            Queda el sol todavía, la promesa de un sol que se anuncia como un pájaro. “La orilla no conduce, nos diluye”.

            Diluyámonos.





*Todas las fiestas de mañana de Juan Bello Sánchez, Editorial Pre-textos (2014). Premio de poesía joven RNE 2013.